“En el altar juramos amarnos y estar juntos hasta la eternidad y a pesar de las dificultades lo hemos cumplido”, dice doña Marcolfa Reyes, 93, mientras su esposo Gonzalo Antonio Fúnez, 93, la abraza con cierta timidez por la presencia de las cámaras.
La pareja celebró recientemente sus bodas de brillantes, por sus 75 años de matrimonio, y ambos coinciden en que el amor sigue intacto, “como el primer día”.
Durante la entrevista con el matrimonio Fúnez Reyes, la voz cantante la lleva ella y, en su mente, recuerda los días que ha vivido junto a su amado Gonzalo en el municipio de El Negrito, Yoro.
“Llegué a este lugar cuando apenas tenía 12 años y mis padres me pusieron a estudiar en la escuela Francisca Viuda de Quiroz, fue allí donde conocí a Gonzalo. Al principio no me gustaba y por más que él se acercaba a mí yo lo rechazaba; sería porque nunca había tenido novio. Él fue el primero y el último amor de mi vida”, relata la aún enamorada dama.
Don Gonzalo interviene en la conversación y cuenta que no fue fácil conquistar a su amada: “Por un lado estaba el rechazo de ella hacia mí y por otro el temor a que sus padres se enteraran, así que tardé dos años para lograr que fuera mi novia”.
Doña Marcolfa narra que luego de ese tiempo ya estaba profundamente enamorada de don Gonzalo y para que sus padres no se dieran cuenta de la relación, cuando asistían a una fiesta ambos bailaban con parejas diferentes.
“Mi mamá nunca quiso que yo me casara con él porque decía que Gonzalo no tenía dinero”.
Cartas de amor
Durante seis largos años, los enamorados sólo pudieron expresar sus sentimientos a través de pequeñas cartitas.
“Para no tener problemas con mis padres, ambos teníamos amigos que nos servían de mensajeros y yo lo nombraba en las cartas como “Mi cielo” y él como “Mi violeta”.
El temor a su madre era tal que Marcolfa sólo leía los mensajes y luego los guardaba en un lugar secreto. “Sólo Dios y yo sabíamos adónde estaban”, expresa con cierta picardía.
Pero como entre “cielo” y “violeta”, no hay nada oculto, un día, cuando Marcolfa llegaba muy cansada de traer agua del río, se encontró a su mamá con “cara de pocos amigos”.
“Recuerdo que me preguntó: ‘Ajá hija cómo le fue; ¿viene muy cansada verdad?’, entonces yo le contesté que sí, que traía mucho calor, y ella me responde: ‘Aquí le tengo a su cielo y me enseña un “chilillo” (ramita de árbol), con el que me dio una “macaniada”, (golpiza), de ésas que nunca se olvidan, (risas)”.
El compromiso
Los años pasaban y el amor seguía creciendo entre la pareja, así que decidieron que ya no podían vivir más tiempo separados. Gonzalo envió una comisión a casa de su amada para pedirla en matrimonio.
Como era de esperarse, los padres de Marcolfa seguían reacios a aceptar su amor.
“Mis padres se negaron rotundamente, pero terminaron diciendo que dentro de quince días darían su respuesta final. Durante ese tiempo trataron de disuadirme, diciéndome que yo estaba muy joven, que él no sabía trabajar y que ni siquiera tenía papá; pero como yo estaba ciega de amor por él, entonces no prestaba atención a sus palabras”, relata.
Al ver que era imposible convencerla, sus padres terminaron por consentir el matrimonio, pero con la condición de que se casaran al día siguiente. “Mi esposo pidió un tiempo prudencial para hacer los preparativos de la boda”.
El día más esperado por la feliz pareja por fin había llegado. Fue el 17 de julio de 1935 cuando contrajeron matrimonio y por fin se dieron su primer beso de amor.
“Nunca antes lo había besado, porque mi mamá no permitía que nos acercáramos”, dice doña Marcolfa.
Pero por más que se amaban, aún debían esperar para estar juntos. “Antes se acostumbraba a que la muchacha se quedaba de ocho a quince días en casa de sus padres después de que se casaba; sin embargo, como a los tres días de la boda pedí permiso a mis suegros para llevarla a un baile y allí me la llevé”, cuenta don Gonzalo.
Ambos coinciden en que después de la boda no todo fue miel sobre hojuelas, porque no tenían dinero. “Con mucho sacrificio logramos salir adelante, yo me dedicaba a trabajar la tierra, desde muy temprano salía con mis herramientas para el campo y ella se quedaba en la casa”, expresa don Gonzalo.
Al cabo de un año de casados nació su primera hija, a quien nombraron Mélida Argentina y cinco años después nació Hilda Sofía, la que falleció a los seis años de edad.
“Mélida dio a luz siete hijos que quedaron a nuestro cargo cuando ella falleció. Fue bastante difícil, pero gracias a Dios, con el trabajo de mi esposo y la cría de animales que yo tenía pudimos alimentar a nuestros nietos”.
Un ejemplo
La familia que creó el matrimonio Fúnez Reyes se ha convertido en un ejemplo para los pobladores de El Negrito.
Entre sus nietos está el sacerdote Jorge Gonzalo Nolasco, quien dijo sentirse muy orgulloso de la educación que le dieron sus abuelos y padres. “Ellos son un ejemplo de unión y fidelidad, ojalá y todos fuéramos así de fieles, no sólo en la relación de pareja, sino también en nuestra relación con Dios”.
Elena Zúniga es una persona que ha estado muy cerca de la familia y expresa que tanto doña Marcolfa como don Gonzalo han sido personas ejemplares. “Los considero como mis padres y me siento muy orgullosa de ellos”.
El tiempo ha dejado huellas en sus rostros y su cuerpo, pero también en sus corazones, en una historia que desafía el presente de relaciones fugaces y promete perdurar en amor por siempre, incluso más allá de sus días, en la memoria de sus descendientes.
“A pesar de los problemas nunca nos olvidamos de que lo primero es el respeto, el amor y la comunicación para llevar una vida feliz en pareja”, finalizaron.