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Aberración en Pie del Cerro, en Ocotepeque

  • 27 agosto 2008 /

'Fue monstruoso', dicen los vecinos y las autoridades que descubrieron lo que sucedía en una humilde vivienda de adobe de esta comunidad.

'Fue monstruoso', dicen los vecinos y las autoridades que descubrieron lo que sucedía en una humilde vivienda de adobe de esta comunidad.

Una denuncia llevó a los fiscales del Ministerio Público a allanar la casucha y dentro de ella encontraron a Manuel de Jesús González, de 65 años, abusando de su hija y nieta, Toñita, de 12 años.

A él se lo llevaron preso, pero la huella de abusos y maltrato quedó en una familia completa. La historia hace recordar a Joseph Fritzl, el monstruo de Viena, que mantuvo encerrada a su hija en un sótano durante 24 años y con quien procreó varios hijos.

El Ministerio Público reporta 55 abusos de padres contra hijos en lo que va del año en el departamento de Copán; sin embargo, autoridades reconocen que muchos se quedan callados y jamás denuncian los vejámenes.

Años de horror

Hace 40 años comenzó la historia de abusos, cuando Manuel de Jesús se casó con Magdalena, una humilde mujer chortí, y procreó tres hijos con ella, dos niñas y un varón. Ellos se establecieron en la comunidad de Bella Vista, a unos 30 kilómetros de Ocotepeque.

La vida no era fácil. Aparte de la pobreza extrema en que vivían, Manuel constantemente golpeaba a su compañera de hogar. La mantenía encerrada, no le permitía hablar con los vecinos ni salir al pueblo.

'Manuel obligaba a su esposa a hacer trabajos que no estaban a su alcance, a vender leña y si no hacía lo que él decía, le pegaba con el machete, por eso ella estaba llena de cicatrices. Un día no aguantó más y se mató', recuerda una vecina de la comunidad.

La mujer estaba desesperada e ingirió una pastilla para curar frijoles.

Los niños quedaron pequeños y el padre se encargó de los tres. El hombre bebía y maltrataba a los menores al llegar a casa. Cuando las niñas cumplieron ocho y nueve años, su padre comenzó a abusar sexualmente de ellas.

Una de las pequeñas tomó valor y escapó del yugo; huyó con rumbo desconocido. Sin embargo, su hermana Blanca era más sumisa, se dejó someter y con los años se convirtió en la compañera de hogar de su propio padre.

Con el tiempo Blanca tuvo cuatro hijos de su papá: Antonia, de 21 años, María Ondina, 15, Flor de María, 5, y Salvador José, 4.

La historia se repetía. Manuel de Jesús no permitía que sus hijos-nietos ni su hija-mujer salieran de la casa o hablaran con los vecinos. Cuando él salía de casa, cerraba la puerta con llave para impedir que conocieran el mundo.

'Sabíamos que ahí vivía gente porque escuchábamos ruidos o veíamos a alguien muy de vez en vez, pero nadie nunca habló con ellos', comentan los asombrados pobladores.

'Desde hace tiempo, toda la gente sospechaba que ahí pasaba algo, pero nadie se atrevía a poner la denuncia por miedo. Hace como seis meses lo hicimos y se descubrió lo que ocurría en ese hogar', afirmó uno de sus vecinos.

Las investigaciones comenzaron y fue así que un grupo de policías preventivos, de investigación, un médico forense y un psicólogo llegaron a la comunidad para rescatarlas.

Caminaron tres horas y cuando llegaron encontraron los rostros tristes y sucios de los tres niños y la mujer. Ellos estaban sorprendidos; nunca habían tenido visitas. Pero lo impactante fue cuando encontraron a Manuel, que estaba dentro de la vivienda teniendo relaciones con su hija-nieta.

De inmediato, el hombre fue detenido y la familia llevada a otro lugar.

Conociendo el mundo

En casa nadie se bañaba y su menú principal era tortilla con sal. Constantemente Manuel llegaba tomado y cada vez que eso ocurría el miedo invadía a todos porque les pegaba.

El mundo les resultó nuevo cuando salieron del yugo. La primera impresión fuerte fue ver un vehículo y más aún subirse en él. Los agentes policiales se llevaron a la familia en una paila. El temor a lo desconocido se confundió con la emoción de sentir la brisa, ver gente, los caminos, los cultivos... el pueblo.

Al principio no querían hablar, pero poco a poco fueron adquiriendo confianza y comenzaron a contar la tortura en que vivían.

Blanca y sus hijos fueron sacados de la comunidad y han recibido tratamiento psicológico. Ahora viven de la caridad de la gente; vecinos les proporcionaron un casa de adobe y piso de tierra.

Al llegar a su 'nueva casa' nos encontramos con Toñita, la hija mayor de Blanca.

La mezcla de genes le pasó la factura a esta muchacha de corta estatura y algunas deformaciones en su cuerpo. Ella nos sonríe con timidez, mientras acaricia una vaquilla que le regalaron hace poco.

A su padre y abuelo no le importó que Toñita fuese especial. Abusó de ella cuando tenía diez años. Ahora, a los 21, intenta rescatar la vida que le fue robada.

Toñita nos recibió. Estaba sola en casa. Su mamá y sus hermanos habían ido al pueblo. Nos propuso ir a buscarlos y partimos.

Ese domingo, Blanca y los niños habían ido al parque central y cuando vieron a Toñita acompañada preguntaron: '¿De dónde vienen ustedes?'. Le explicamos a Blanca el motivo de nuestra presencia y el interés en su familia. Ella accedió a contar su historia.

'No quiero volver a ver a mi papá; nos hizo mucho daño. Hoy sabemos que la gente es buena y por eso no queremos regresar', dijo la mujer de 36 años.

'Mi papá abuso de mí, no recuerdo desde cuándo. No me dejaba ni salir y me golpeaba. Él era bravo, me pegaba y me maltrataba. Tenía que hacer todo bien. Eso no era vida, no podía más. Le tenía miedo y por eso aguanté. Él me sentenciaba. Siempre llegaba bolo', recordó Blanca.

Pero sus lágrimas asomaron cuando recordó que su propio padre también abusó de su hija mayor. 'A Toñita se la llevó al monte y él nos dijo que la ciguanaba era que se la había llevado. La cipota también fue abusada y no podíamos hacer nada porque no nos dejaba salir. Me daba miedo por mis hijas y al final el abusó de ellas. No podía decir nada, sufrí amargamente, me golpeaba, abuso de mí, me amenazaba con matarme', relató Blanca.

A pesar de todos los abusos sufridos por esta familia, en sus ojos hay esperanza. Han aprendido a confiar en la gente y aunque ni sus hijos ni Blanca hayan aprendido a ganarse la vida, tienen confianza en que saldrán adelante.

El día que los encontramos disfrutaban la tarde en el parque, ver la gente pasar y conversar. Tanta era la emoción que no reprochaban no haber comido todo el día. Les hicimos la invitación. 'Sí', dijo ella. 'Naitia hemos comido hoy, naitia'. La emoción fue mayor al compartir la cena en familia y nuevos amigos.

Horas más tarde los acompañamos a su hogar. Sus vecinos los han apoyado, pero falta mucho para recolectar el dinero que vale una casa, aunque sea de adobe y piso de tierra.

A Manuel de Jesús, la Fiscalía lo acusó, pero los jueces le dieron arresto domiciliario debido a su edad. En nuestra estadía en la zona, los pobladores aseguraron que él incumple las medidas y frecuentemente se le encuentra en el mercado del pueblo vendiendo cosas o comprando. a