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Coyocutena: La fortificación de Lempira

  • 02 octubre 2010 /

Estamos en 1537. Han pasado 473 años desde aquellos pacíficos primeros encuentros del Almirante Colón con los indígenas hondureños. En los siguientes años, la naturaleza de los “encuentros” cambió dramáticamente…

¿Cuán violenta fue la conquista en Honduras? De acuerdo a la exposición permanente del Museo para la Identidad Nacional en Tegucigalpa, “se ha estimado que la población de Honduras antes de la llegada de los españoles era de 800,000 indígenas (600,000 al centro y occidente y el resto en el este), aunque Girolamo Benzoni, un aventurero veneciano que llegó hacia 1545, dice que eran “más de cuatrocientos mil”.

De acuerdo con los cálculos del obispo Pedraza, la población se había reducido a 15,000 en 1539. Según Benzoni, en 1545 sólo quedaban 8,000 y resume en pocas palabras las causas de esta devastación demográfica: “Los españoles los han destruido implacablemente, matándolos en las guerras, vendiéndolos como esclavos, consumiéndolos en las minas y obligándolos a insoportables trabajos y fatigas”.

Como podemos apreciar, es la misma autoridad española, el obispo Pedraza, quien relata, dos años después de la caída de Lempira, que sólo quedaban 15,000 indígenas en el centro y occidente de Honduras.

¿Habrán sido en verdad 30,000 los guerreros de Lempira? ¿Se refería el cronista a toda la población o sólo a guerreros dispuestos a la batalla? ¿Dónde estaban atrincherados los soldados de Lempira? La respuesta a esta última pregunta parece provenir del cerro de Coyocutena, en el departamento de Lempira.

“Para subir a la cumbre de este peñón es necesario bajar más de 50 metros, la fuerte pendiente del Pinol y después de haber caminado unos cien metros sobre la estrecha faja o cuchilla que une un peñón con otro, se llega a la esquina norte del Coyocutena. Hay que subir trepando porque es muy empinada, a pesar de ser casi la única parte por donde se puede subir menos difícilmente…”

Así relata monseñor Lunardi en su libro “Lempira, el héroe de la epopeya de Honduras”, su viaje en busca del cacique. Lunardi recorrió las montañas de occidente tratando de encontrar la verdad detrás del mito. Sus hallazgos en el cerro Coyocutena siguen siendo sorprendentes.

Y al igual que él, nosotros hicimos parte del mismo viaje.

Subir la cima de Coyocutena es un trabajo árduo que requiere mucho esfuerzo y resistencia física. Lunardi cuenta que le llevó hora y media subir la última parte del cerro, el mismo tiempo que nos llevó a nosotros hacerlo.
Muros defensivos

“En la subida se encuentran varios restos de defensas que consisten en hacinamientos de piedras, como muros de retención o de defensa artificial, en forma de pequeños descansos longitudinales de tres o cuatro metros de largo para impedir la subida al enemigo.”
Más de 400 años después de aquellas batallas, Lunardi encontró, aparentemente, los mismos muros defensivos que habían detenido el ataque de los españoles durante casi seis meses. Sesenta y cinco años después de Lunardi, nuestro grupo se topaba con las mismas defensas.

Exhaustos por el ascenso, hicimos un descanso en ellas, tan sólo para convencernos de que era materialmente imposible enfrentarse a ellas, tanto por su ubicación estratégica como por lo sólido de su construcción. Siglos antes que nosotros, los agotados soldados españoles, tratando de encontrar el camino menos difícil por donde ascender, se topaban de frente, literalmente, con estos graníticos muros desde donde los indios les atacaban. Sin ningún sitio donde protegerse, los conquistadores se encontraban indefensos, totalmente a merced de las flechas y piedras arrojadas por los indígenas. Y este ha sido siempre el único camino para subir a Coyocutena.

En sus relatos, el obispo Cristóbal Pedraza dice sin mencionar específicamente al cerro:

“…y siendo el dicho peñol casi hasta el cielo, tan derecho, segund dizen, como una lanza, sin camino ni parte ninguna por donde pudiesen subir…”

Llegamos a la meseta a las 4:50 pm. Nos había llevado cerca de cinco horas ascender desde la carretera hasta este punto. Aliviados de haber coronado el esfuerzo, nos encontramos, sin embargo, ante un gran peligro. Sin agua, alimentos, fuego para calentar, ni protección alguna para el frío, era una locura quedarse a pasar la noche en la cima. Por otro lado, teníamos escasos minutos para tratar de registrar fotográficamente la escena antes de reiniciar el descenso, un recorrido que debía ser muchísimo más rápido que el ascenso antes que las tinieblas de la noche nos envolvieran.

Caminar en las montañas por la noche es como comprar un boleto para un accidente.

Pero monseñor Lunardi planificó mejor su expedición años atrás y sin duda tuvo más tiempo que nosotros para explorar el lugar. Sus escritos dicen:

“…encontré a flor de tierra restos de ollas de hechura muy tosca, de barro malo y muy mal preparado, seguramente por la prisa de hacerlo y la inexperiencia… los principales vestigios se encuentran en el lado oriental y la parte sur; en la parte oriental, los restos de casas están colocados en dos o tres andenes; en la parte sur se encuentran los restos de un gran edificio de unos veinte metros de largo por unos seis de ancho, con muro de retención en el primer descanso …”

Apremiados por la caída del sol, fotografiamos todo lo que pudimos en la siguiente media hora. Nos faltó recorrer la totalidad de la meseta y los últimos 50 metros hasta la cima de la misma, en donde deben de haber otros vestigios, seguramente de vigías o estructuras para los jefes. Lunardi sigue narrando en su libro:

“Elevado sobre otros cerros de la región de Cerquín, desde su cumbre (Coyocutena) se pueden observar los movimientos de los enemigos en todas direcciones. Hacia el norte está Erandique y el plan del Carrizal; al oeste las Montañas de las Neblinas, la punta cónica del Yargual, la serranía de Azacualpa y el peñón de Cerquín, y poco más atrás el Congolón. Al sudoeste, Pirarera y Santo Tomás…”

(Aquí vale la pena recordar al cronista Herrera cuando nos dice: “su congregación fue en la Sierra de las Neblinas, en su lenguaje Piraera…”)

Lunardi dedica varias páginas a Coyocutena e incluso fotografió el cerro desde la distancia. Sus descripciones son de lo más acertadas, prueba inequívoca de un hombre avezado en la observación y la exploración. Y para quien Lempira merece todo el honor.

Mientras nuestro grupo descendía con toda la rapidez que nos permitían la prudencia y el cansancio, le pregunté a mis guías si el peñón de Cerquín o la cima del Congolón eran tan difíciles para subir como éste. Y todos me respondieron, casi al unísono, que Coyocutena es la más empinada de las tres y, por tanto, la más trabajosa. Si eso es cierto, concuerda con lo que Lunardi escribió: “Coyocutena debe de haber sido una de las más fuertes posiciones de los indios de Lempira”.

¿Cayó Coyocutena finalmente en manos de los españoles? Nadie lo sabe. El obispo Pedraza señala en su carta de 1539: “ny se lo pudieran ganar sino por cierta yndustria que dieron, que ellos oy en dia no saben como subieron, sino que fue Dios con ellos que les quiso ayudar, y su bendita Madre…”

Por supuesto, Pedraza no señala específicamente a Coyocutena, sino un peñol en la provincia de Cerquín.

¿Fue Coyocutena en verdad una fortificación militar indígena? La siguiente expedición nos dará más indicios de la respuesta.