Más de 2,300 combatientes del ELN, la última guerrilla de América, se ocultan de las fuerzas de seguridad colombianas en la selva del Chocó, al noroeste del país sudamericano. Los bombardeos militares han cercenado sus fuerzas y obligado a que se muevan con más frecuencia y menos tropa.
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Han pasado 55 años desde su levantamiento en armas, el 4 de julio de 1964, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), sigue ahí: sin vencer ni conceder la derrota. Su adversario es más poderoso que antes, pero la nueva generación de mandos reivindica la 'guerra abierta contra el Estado'
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Surgido en la Guerra Fría, esta organización dio su primer golpe militar en 1965 con revólveres viejos, carabinas y escopetas de cacería. Un año antes, un puñado de hombres entrenados en Cuba se propuso organizar la revolución socialista en Colombia, un país gobernado históricamente por élites liberales y conservadoras, con largo historial de violencia política y que además lidia con el narcotráfico desde los años ochenta.
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Aunque fracasó, tampoco ha dado su brazo a torcer. 'A una guerrilla se le puede debilitar; se le puede ganar terreno, se le pueden constreñir las zonas, pero a un pueblo en armas no se le derrota', afirma el Uriel, quien apenas sobrepasa los 40 y encabeza el Frente de Guerra Occidental.
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Considerado un grupo 'terrorista' por Estados Unidos, la Unión Europea y el gobierno de Duque, el ELN es el último grupo rebelde activo en América tras la disolución de las FARC, que firmaron la paz en 2016 y desarmaron a 7.000 combatientes antes de convertirse en partido.
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Los elenos negociaron su propio acuerdo, pero el diálogo fracasó y pasaron a ser el enemigo público número uno aunque solo operen en el 10% de los 1.100 municipios colombianos.
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Los últimos ataques aéreos militares dejan una huella visible en las filas rebeldes.
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Las bombas direccionadas por chips ocultos por 'el enemigo' en mochilas, botas o provisiones, han conseguido violentar una fortaleza del ELN: el bosque tropical húmedo del Chocó, un departamento de mayoría afro y con poblados indígenas sobre el Pacífico, castigado por la pobreza, el desplazamiento y el abandono estatal.
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Guerreros recién incorporados se están entrenando en esta selva de ríos caudalosos. Son negros e indígenas voluntarios y ninguno tiene menos de 16 años, subraya el ELN. Las autoridades denuncian, en cambio, el reclutamiento de menores a la fuerza.
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La llegada de estos nuevos combatientes prolongan la vida del ELN y aplazan la extinción del último conflicto armado en el continente.
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'Hay guerra para rato', advierte el comandante Uriel.
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Cuando puede, el ELN levanta carpas y se aprovisiona directamente en los caseríos. Las comunidades ribereñas se acostumbraron a su presencia. Son ellos los que imponen las reglas de convivencia y los castigos por incumplirlas.
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Antes se disputaban el control territorial con las FARC, pero con el desarme de los 'compas' -como les dicen-, el ELN se quedó enfrentando al ejército, las disidencias del primer grupo y bandas armadas del narcotráfico.