Y añadió: “En Provo se sujetaba a los niños, se les golpeaba, se les arrojaba contra las paredes, se les estrangulaba y se abusaba de ellos sexualmente con regularidad... No podía denunciarlo porque toda la comunicación con mi familia estaba vigilada y censurada. Eso fue lo peor de lo peor... No hay forma de salir de allí. Estás sentado en una silla y mirando a la pared todo el día, recibiendo gritos o golpes”.