Cómo evitar que el divorcio no haga sufrir a los hijos

En un divorcio con hijos, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento adicional para los niños se puede evitarsi los padres logran no cultivar el odio y encuentran el modo de manejar la relación con su expareja.

  • 26 abr 2021

SAN PEDRO SULA.

Es evidente que un divorcio genera emociones extremadamente difíciles de controlar. Por ello, es bueno que los padres sean conscientes de lo importante que resulta no permitir que esas emociones controlen y dirijan la separación.

El divorcio altera la vida de toda la familia de muchas maneras, pero la más inmediata, y poten­cialmente la más dañina, no deriva del di­vorcio en sí sino de los conflictos y las pe­leas incesantes entre los padres.

Los hijos se crían en el espacio físico que está entre los dos progenitores. Ese es su mundo, el lugar en el que pueden crecer, el sitio en el que se sienten seguros. Pero cuando este espacio se convierte en un campo de batalla, sienten un dolor del que no pueden escapar.

Vivir entre dos padres en guerra.
Es habitual que los padres, dolidos o en­fadados por la separación, hagan cosas pa­ra deteriorar el bienestar de la expareja. Tal vez el ex se portó de una manera miserable con ellos; tal vez los dejó por otra persona.

Es fácil entender el deseo de venganza que surge contra una persona que nos maltrató. Pero, a ojos del hijo, cuando el padre está gritando a su exmujer, le está gritando a su madre. Los hijos no ven a los padres como dos personas en una pareja o expareja sino como su mamá y su papá. Y todos los niños necesitan que sus padres estén bien, sanos y felices, para poder estar bien.

Ayudarles a superar la crisis.
Para muchos niños, el divorcio de sus padres es la primera gran crisis de su vida; por eso, necesitan que estos sean un modelo a se­guir y les enseñen cómo lidiar una situación difícil. Si los padres se enfadan y se pelean, esto es lo que los hijos aprenderán a hacer ante los problemas.

La clave para que pue­dan “soltar” y superar el divorcio es que los padres resuelvan sus problemas y “suelten” también. El camino consiste en mostrarles que se puede volver a estar bien después de una crisis y que el divorcio no es el fin del mundo.

Se trata, en definitiva, de ayudarles a superar el trauma, de enseñarles a aceptar de una manera positiva los acontecimientos dolorosos de la vida, y de crecer.

Abandonar la queja.
Otro factor clave para el bienestar de los hijos es que los padres intenten tener una buena relación. Y, como padres, esto a me­nudo implica hacer cosas que consideramos injustas, que creemos que no nos correspon­den o que no nos merecemos.

Pero, aunque no sea fácil, debemos entender que es ne­cesario aceptar una situación injusta para nosotros con el fin de proteger a los hijos y aprender a reaccionar de forma diferente ante el mismo estímulo.

Las personas solemos decir: “Si él se com­porta de esta manera, yo no puedo evitar reaccionar así”. Pero esto es falso. Crecer implica aprender a responder de modos diferentes. Si somos conscientes de que, reac­cionando con enfado, hacemos daño a nuestros hijos, no importará lo que haga el otro: podemos buscar una respuesta diferente.

Por tanto, frenar la pelea depende solo de uno mismo. No podemos cambiar al otro; de hecho, si nos separamos, probablemente esto ya lo sabemos. No podemos justificar nuestras acciones con las malas acciones del otro.

No debemos instalarnos en la queja y aceptar que no podemos influir en lo que hace el otro, así como buscar qué está dentro de nuestras posibilidades para mejorar la si­tuación: aceptar que esta es nuestra realidad, que esta es nuestra expareja y que este es el desafío que la vida nos ha puesto.

No hacerles tomar partido.
Otra situación tóxica para los hijos ocurre cuando se les presiona para que tomen par­tido. Muchas personas, indignadas por el comportamiento del ex, tienden a quejarse frente a sus hijos, a criticar al otro progeni­tor. Piensan que “los hijos tienen que saber cómo son las cosas”. Pero se trata de otro error.

Por el bien de los hijos debemos intentar que quieran a su padre o madre, aunque nosotros ya no les amemos. Para los hijos es sano querer a sus padres como son. Por eso es tan positivo no cultivar en los hijos el odio o el enfado hacia el otro progenitor, no mostrarles sus defec­tos sino procurar que vean siempre lo mejor.

El enfado se cultiva con pensamientos re­petitivos, con fijaciones sobre las ideas que no nos gustan, que se hacen cada vez más grandes. Como cuando un grupo de amigas separadas se junta para despotricar contra sus exmaridos: que si llegan tarde con los niños, que si no les ingresan la pensión de manutención a tiempo, que no les alcanza el dinero que les pasan… Entre ellas se retroalimentan. Pero es recomendable frenar esta escalada, no incentivarla.

El buen camino es ser conscientes, una vez más, de que este enfa­do no construye nada positivo, de que solo sirve para hacernos daño y para herir a los demás. Debemos, por tanto, dejar de culti­varlo y conectar con el inmenso dolor que se esconde detrás: entender que el enfado es una reacción superficial y entregarse al dolor de la separación.

Aprende en el camino cómo no perjudicarles.
Dejar de culparnos para empezar a reparar el mero hecho de que los padres no estén juntos ya es difícil para los hijos. Así pues, intentemos no empeorar las cosas.

Los pa­dres separados no pueden evitar el dolor del divorcio, pero sí pueden prevenir el su­frimiento adicional si trabajan su orgullo y su concepto de lo que eso no justo, y frenan el enfado y las peleas.

Si vemos que nos hemos equivocado, no nos culpemos. Al contrario, observemos qué es lo que hemos hecho, tomemos nota de ello para mejorar y reparar, y perdoné­monos.

Si, por ejemplo, estamos instalados en el enfado, no hagamos una apología de las razones que tenemos para indignarnos con el otro y seamos conscientes de que debemos salir de ese estado por el bien de todos.

Es cierto que muchas veces esto re­sulta difícil, pero se trata simplemente de observar el daño que estamos causando e intentar cambiar. Superarnos, en definitiva, por nuestro bien y el de nuestros hijos.