Hace varias décadas apareció el disco gramofónico. Se reproducía en vitrolas, luego en tocadiscos eléctricos. Las vitrolas no necesitaban electricidad y eran movidas por una cuerda manual; el tocadiscos trabajaba con energía alterna o continua: un gran invento. Los discos venían en varios tamaños, pero los más comunes eran los de 45 revoluciones por minuto que traían dos canciones o melodías y los elepés eran más grandes, 33 rpm, éstos contenían hasta 24 piezas musicales. Se llamaban vinilos o discos, naturalmente que por su forma.
Los tiempos cambiaron con el desarrollo de la tecnología y apareció un cartucho llamado 8 tracks, con una existencia efímera, porque luego fue reemplazado por casetes regrabables mucho más pequeños, éstos aún se emplean en muy pocas ocasiones. Vino el disco compacto, CD, con la novedad de ser más pequeño y con capacidad para almacenar cientos de canciones e informaciones. Esto trajo consigo más economía y enormes posibilidades de uso. Y no digamos de los ultramodernos iPods, de las memorias USB, en fin. ¡Esto es una maravilla!
La inquietud es por qué insistimos con la expresión 'cidí' si perfectamente podemos hacer la pronunciación castellanizada 'cedé', aunque de todas maneras estamos entrando en una situación de hipérbaton, en verdad decimos compacto disco en forma abreviada.
Y además lo queremos pluralizar con CDs, una tontería porque esta sigla es invariable en plural, sólo es posible cuando mencionamos el neologismo completo: 'Vendemos cedés grabados'. Pero por la festiva pronunciación parece que nos agrada mucho pronunciar 'cidí' , y quizá porque decir disco compacto, que es lo ideal, resulta agobiante para los gandules del habla. Es importante recordar que el aparato lector de estos discos también se llama cedé: 'Compré un cedé para escuchar música'.
El lenguaje de la informática es invasivo. Cuando pedimos una información a alguien en la internet, éste nos indica el 'link' para encontrar lo que deseamos. ¿No será mejor que nos mande el 'enlace'? Es algo así como cuando se puso en moda 'accesar' sólo porque en el ordenador aparecía 'access', si lo que quería decir es 'entrar a'; gracias a Dios, ya casi nadie con una mediana formación usa el ofensivo 'accesar'. Es normal que la tecnología traiga consigo una serie de términos nuevos, términos que no existen en el castellano, y tienen que buscar albergue en nuestra lengua y con gusto ser aceptados. Lo chocante es que habiendo equivalentes no los queramos emplear.
Hay dos palabras que de vez en cuando los trabajadores de la pluma y los hablistas radiofónicos suelen confundir: hipótesis y tesis. 'La hipótesis de la Policía es que fue ajuste de cuentas', 'La Policía sigue sosteniendo la tesis de que fue un ajuste de cuentas'.
Si la lengua es una estructura ordenada semánticamente, en verdad que hay problemas cuando no tenemos bien definidas las unidades léxicas.
Cuando hablamos de hipótesis es porque no tenemos conclusiones o proposiciones basadas en razonamientos, es decir, sólo suponemos. La hipótesis es la suposición de algo posible o imposible para sacar de ello una consecuencia. Esto es lo que hace con frecuencia, en el ejemplo, la autoridad. Si alguien sostiene una tesis es porque ya guarda una conclusión sustentada en razonamientos, no está conjeturando.
La Policía hace afirmaciones hipotéticas cuando no tiene pruebas concretas sobre un hecho.
Otras veces leemos: 'Dos personas son ejecutadas en Ticamaya' o 'Ajustician a dos delincuentes en plena calle', haciendo referencia a personas que han sido liquidadas sin ningún juicio legal, por aclaración, en Honduras no existe la pena de muerte.