Aunque las pesadillas no suelen suponer un riesgo, por sí mismas, para la salud del niño, sí que pueden producir un cierto temor a dormir, en especial si son frecuentes. Es en estos casos cuando se puede alterar el patrón de sueño y aparecer secundariamente la somnolencia excesiva, irritabilidad, ansiedad, etc.
“Se trata de uno de los trastornos más frecuentes en la infancia. La diferencia es que en las pesadillas, normalmente el niño se despierta durante el episodio y recuerda el contenido del sueño de una manera bien detallada. El episodio suele terminar con el despertar del niño, volviendo este a un estado de plena alerta y con la sensación de miedo o ansiedad todavía presente. Por lo general suelen darse en la segunda mitad de la noche, manifestándose aproximadamente entre los tres a seis años”, explica la psicóloga Mabis G. Mayorga.
“Respecto a sus orígenes, se han asociado con agentes externos que han provocado inquietud en el niño. A medida que disminuyen las causas que las han producido, irán desapareciendo. No suelen existir trastornos psicológicos asociados a las pesadillas sino que normalmente tienen relación con fases específicas del desarrollo emocional”, agrega la experta. A veces los papás, para tranquilizar al niño, después de una pesadilla, tienden a llevárselo a su cama, pensando que de esta manera lo van tranquilizar, pero muchas veces “la costumbre se vuelve ley”, y en vez de ayudarlo le podría perjudicar, porque podría desencadenar efectos negativos en su desarrollo infantil, al interferir en el aprendizaje de la autonomía y favorecer la aparición de trastornos del sueño.
Terrores nocturnos
Durante un episodio de terror nocturno en el niño es habitual que este se siente bruscamente en la cama y comience a gritar y llorar con una expresión facial de terror y signos de intensa ansiedad.
Tú como padre debes estar atento a este tipo de reacciones. “A diferencia de lo que sucede en las pesadillas, no suele despertarse fácilmente a pesar de los esfuerzos de otras personas que tratan de sacarlo del trance desagradable. Si finalmente se consigue, el niño se muestra confuso, desorientado durante unos minutos y con una cierta sensación de temor pero no tan acusado como en el caso de las pesadillas.
No hay recuerdo del sueño y si no se ha despertado totalmente vuelve a dormir inmediatamente sin recuerdo de lo sucedido al día siguiente. Suelen presentarse en la primera mitad de la noche e inicia aproximadamente a los cuatro a doce años de edad”, comenta la psicóloga. Los terrores nocturnos están asociados con niños que han pasado por una tensión emocional, fatiga, hechos traumáticos recientes (hospitalizaciones, separación de la madre, muerte de un ser querido, etc.) son factores de riesgo que pueden desencadenar y mantener los episodios.
Algunos autores defienden un componente hereditario en los terrores nocturnos e incluso se apuntan factores genéticos (el 96% de los sujetos de un estudio con terrores nocturnos tenían familiares en primer, segundo o tercer grado con el trastorno). Sin embargo, esto no debe minimizar la influencia de los factores externos o ambientales como el estrés, cuya presencia se asocia de forma muy evidente con algunos de estos episodios.
Durante los episodios de un terror nocturno simplemente tienen que vigilar que el niño no se caiga de la cama o sufra cualquier daño físico derivado de su incorporación de la cama y su estado.
Es fundamental que los padres se queden con el niño hasta que se haya calmado. Si se lo pide, hasta que se vuelva a dormir y quede tranquilo.
Sueños terroríficos
¿Cuándo?
Los terrores nocturnos se producen en general al principio de la noche, en la fase de sueño profundo, es decir en un fase de menor actividad cerebral.
¿Cómo?
Tu hijo grita, se levanta, se agita, balbucea, parece presa de una alucinación (intenta atrapar algo, huir…). Puede estar sudando, respirando muy deprisa. Tiene los ojos abiertos pero no te ve. Puede escucharte e incluso responderte pero sigue dormido y no podrás despertarle.
¿Por qué?
El cerebro de tu hijo todavía es inmaduro. Los terrores nocturnos podrían provenir de esta inmadurez neurológica. Estas manifestaciones se acercan bastante a los casos de sonambulismo que pueden afectar a otros niños. En realidad, solo está “despierta” una parte del cerebro mientras la fase del sueño continúa. Ello puede provocar la preocupación de los miembros de la familia.
¿Cómo reaccionar?
Háblale suavemente, posa tus manos sobre él. A veces el simple contacto físico será suficiente para calmarle. Quédate a su lado hasta que sientas que su respiración retoma un ritmo regular, ello significa que se duerme. Si los episodios de terrores nocturnos se producen con frecuencia, no dudes en consultarlo con tu pediatra y habla con tu hijo: puede ser que esté preocupado por algo en particular y sea una de las causas que origina los terrores.
El EXPERTO DICE:
“Los padres deben observar a los hijos sin criticarlos ni amenazarlos y ser empáticos con los cambios fisiológicos que se presentan en la adolescencia”.
Arlette Ortiz
Terapeuta familiar