San Pedro Sula, Honduras.
Dominga Ayala y José Dimas del Cid son parte del 52% de los hondureños que reciben remesas desde el extranjero. En su caso, es su hija mayor quien envía el sustento para mantenerlos a ellos y a tres hijos que dejó hace doce años, cuando se fue a Carolina del Norte, Estados Unidos.
“Minga”, como le dicen de cariño sus allegados, trabajó hasta hace poco como operadora de maquila y lavando ropa, pero ha sido el dinero que envía mensualmente Marlen, el principal ingreso para velar por el cuidado y educación de sus nietos, y también reconstruir la pequeña morada ubicada en la aldea La Jutosa en Choloma, Cortés, el departamento que registra el 23% de las remesas en Honduras.
“Han sido tiempos difíciles, pero gracias a ella subsistimos”, relata la mujer de 62 años, mientras sale al pórtico su esposo José, de 68, con un bastón para sostenerse tras el derrame que sufrió hace siete años cuando trabajaba como guardia de seguridad.
 'Minga' comparte fotografías familiares de su hija y otros parientes.
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La nieta menor del matrimonio se graduará a mediados de diciembre en la última promoción de peritos mercantiles y contadores públicos. La adolescente planea estudiar en una academia de belleza y así dar mayores entradas a la familia; pero su madre procurará, a pesar que solamente su esposo trabaja, que las remesas no falten en la familia, que tuvo que dejar para buscar mejores oportunidades.
Minga y José se sientan en el comedor y recuerdan los 44 años de vida matrimonial y los rumbos que han tomado sus cinco hijos y 17 nietos. Mientras no cambie la condición legal de Marlen, las esperanzas de volver a verla son mínimas.
Según una encuesta de remesas familiares elaborada en agosto por el Banco Central de Honduras (BCH), el promedio mensual de envíos ronda los L7,628.25, que reafirma de manera indirecta la información del Foro Social de la Deuda Externa de Honduras y Desarrollo de Honduras (Fosdeh), indicando que el 33% de las familias beneficiadas con remesas viven al margen de la pobreza.
