Todos tenemos una marca favorita, pero a veces “nuestro perfume” molesta a los demás por la temperatura del ambiente y de nuestro propio cuerpo. De ahí la necesidad de tener una esencia para el frío y otra para el calor.
Para el frío. Durante el invierno solemos utilizar ropa gruesa como abrigos, suéteres y bufandas, por lo que las fragancias se esconden más, por ello los expertos recomiendan utilizar unas más fuertes e intensas, como la vainilla, el chocolate, las frutales, el sándalo, las dulces o las amaderadas.
Para el calor. En el verano solemos usar menos prendas y nuestra fragancia, al quedar más en contacto con la piel, se evapora con mayor rapidez, por lo que será necesario aplicar más perfume durante el día.
Los adecuados son los que proporcionan frescura y nos hagan sentir como salidos de la ducha: los cítricos como limón, naranja o toronja; los florales como el jazmín o las rosas, así como los que nos recuerden a climas tropicales o relajantes como el coco o la piña, té verde o manzana.