Rosaura Herrera sobrevivió a 17 machetazos que le infirió pretendiente

Rosaura Herrera López aún tiene fresco en su memoria los recuerdos del ataque del que fue víctima el jueves 3 de febrero de 2022 y que cambió su vida para siempre.

La mañana de ese día, Luis González, un hombre obsesionado con ella, la atacó por sorpresa cuando iba a moler maíz y le dio 17 machetazos, dejándola sin poder valerse por sí misma. No tiene una mano y de la otra no puede mover los dedos a pesar de que lograron hacerle cirugía.

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Rosaura vive en la aldea Santa Teresa, en el municipio de El Triunfo, Choluteca. LA PRENSA llegó hasta su humilde hogar. La mujer de 36 años estaba acostada en una hamaca y amablemente recibió al equipo periodístico y con recuerdos vividos relató los minutos de terror que vivió y cómo es su vida luego del ataque en el que perdió la mano derecha.

Luis González la enamoraba a pesar de ser su vecino y que estaba casado con una sobrina de su esposo Pedro Joaquín Muñoz. González la citó en varias ocasiones, pero ella no accedió a sus pretensiones amorosas.

“Me citó cuatro veces, me decía que saliéramos, que nos viéramos a las 4:30 de la mañana, pero no me decía dónde, solo me decía eso, pero yo no le hacía caso, y nunca le dije a mi marido porque tenía miedo que pasara algo”, contó.

Cada vez que el hombre salía de su casa, tenía que pasar por la humilde vivienda de Rosaura, en la que vive con su esposo y sus tres hijos. Ella hacía tortillas en la hornilla del patio y a manera de hacer plática le decía: “Ya van a estar las tortillas”.“Como él miraba que no le hacía caso, me citó una quinta vez y como no le atencioné (hizo caso), me vigiló para matarme”.

La noche previa al 3 de febrero, se celebró en la iglesia de la aldea la alborada a la Virgen de Suyapa, Rosaura asistió y a la mañana siguiente se levantó muy temprano para ir a moler el maíz, hacer las tortillas y regresar a la iglesia para participar en las actividades por la festividad de la virgen. Camino al molino, cuando cruzaba el río, fue sorprendida por Luis, quien la agarró por la espalda y comenzó a agredirla.

“Me agarró por atrás, me empujaba para el río, de repente me pegó el primer cumazo (machetazo), y dijo ‘para qué me voy a meter muy largo, para lo que voy a hacer acá no más lo hago’. Me dio cuatro cumazos en la cabeza, me botó el pelo, me pegó los otros en la espalda y las piernas, yo metía las manos deteniéndome la cabeza, pero fue para perder mis manos, las perdí, porque no puedo hacer nada, solo paso esperando a que me lleven la comida a la boca”, lamentó.

A los gritos de la mujer, salieron de la casa sus hijas, quienes al verla tirada y llena de sangre a la orilla del río llamaron a Pedro, su esposo y padrastro de ellas, quien la levantó, la llevó a la casa, la sentó en una silla y llamó a un primo para que en su carro la trasladaran al Hospital del Sur.

“Me había levantado temprano a quebrar el maíz, ir al molino y hacer las tortillas, para ir a la iglesia a la misa por el día de la Virgen de Suyapa, pero no pude ir, no sabía que el diablo me estaba esperando en el camino”, dijo la señora con un profundo dolor.

Rosaura iba bañada en sangre por las heridas que tenía en la cabeza, su mano derecha pendía de un hilo, los dedos de la mano izquierda le colgaban.

Hasta ese momento nadie sabía quién ni por qué la habían atacado brutalmente.Rosaura nunca dijo que su vecino la enamoraba, por temor calló.“Me decía que yo le gustaba. Yo le decía que tenía mi marido y él tenía su señora y que vivíamos cerca, que yo no quería problemas ni con su mujer, ni que él tuviera problemas con mi marido. Sería que él se enojó, porque hay hombres que se enojan que uno no los atencione, estuvo como tres meses enamorándome, pero nunca le quise decir a él (su esposo) porque hay veces que los hombres piensan mal”, manifestó.

Tras varios minutos de camino, llegó al Hospital del Sur, donde inmediatamente fue ingresada a la sala de emergencias. Los médicos no pudieron salvarle la mano, le costuraron las heridas de la cabeza, la espalda y las piernas, lograron rescatarle cuatro dedos de la mano izquierda, pero no los puede mover. Los médicos le contaron 17 machetazos.

Tras nueve días ingresada en ese centro asistencial, fue trasladada al Hospital Escuela en Tegucigalpa en donde fue intervenida por el cirujano plástico, le hicieron injertos en la cabeza y otras cirugías.

Permaneció tres meses interna recuperándose y regresó a su casa, en donde es atendida por sus hijas de 17 y 15 años y su compañero de hogar. Sus hijas y su esposo le dan de comer, la bañan, la ayudan a vestirse y la llevan al baño.

“No puedo comer, me dan la comida en la boca, me tienen que bañar, llevar al baño, cambiarme, cuando tengo mi periodo me ayudan mis hijas, no tengo mi mano derecha y la otra que pudieron salvarme los dedos no los puedo mover, no los doblo, no puedo hacer nada. Mi hijo de cinco años me dice ‘mama, tengo hambre y usted no puede hacerme comida’, no puedo lavar ropa, intenté ir al molino y no puedo sacar la masa porque no muevo los dedos”.

Mientras cuenta su historia sus ojos se llenan de lágrimas.Aún no se recupera de las heridas físicas y los recuerdos de esa fatídica mañana la siguen atormentando.

“Para mí es duro acordarme, no puedo estar tranquila, a cada ratito me acuerdo de mi fracaso, mi esposo me controla, me dice ‘mirá yo como estoy (tiene inmovilidad en la mano derecha) y acá estoy vivo’. Él me da aliento, me recuerdo y me da miedo, no puedo dormir”.

El esposo de Rosaura tiene una discapacidad en la mano. Antes de la tragedia él trabajaba para sustentar a su familia, pero con lo ocurrido con su esposa ya no puede, debe atenderla, no puede dejarla sola y eso le impide salir a buscar trabajo. Tampoco pudo sembrar ni en la cosecha de primera ni de postrera. Esta familia que no puede subsistir por la desgracia que vivieron hace ya casi un año, necesita ayuda por lo que apelan a la solidaridad de los hondureños y del Gobierno, ya que desean emprender con un negocio.

En la humilde vivienda de adobe no hay energía eléctrica y no tienen dinero para comprar comida y a esto se suma que su último hijo, quien está por cumplir seis años, tiene que ir a la escuela y no cuentan con los recursos para la compra de los útiles escolares.

Rosaura pasa acostada en una hamaca, por momentos se levanta y sale al patio, recuerda su tragedia como si fuera ayer. Exige que su agresor, que está prófugo, sea capturado y se haga justicia. Pide que quien le arrancó los sueños y la posibilidad de salir adelante por sí sola, pague por lo que le hizo.