El encanto de las hortensias que conquistó a los sampedranos
En lo alto de la aldea El Gallito en El Merendón, la familia Funez convirtió su campo de hortensias en un destino inesperado, donde el clima frío, la neblina y los colores intensos atraen a cientos de visitantes que descubren, a media hora de la ciudad, un paisaje hermoso que siempre estuvo ahí
- 06 de noviembre de 2025 a las 15:22 -
Las flores tienen una extraña capacidad para detenernos en seco. Hay algo en sus colores, en su perfección casi imposible, que conecta con una parte muy íntima de quienes las observan. Y entre todas, las hortensias se han ganado un lugar especial: exuberantes, redondas, generosas, capaces de teñir un paisaje entero de azules, lilas, rosados y blancos que cambian con la luz, con la altura y con el suelo.
Lo más maravilloso es que siempre han estado cerca y al alcance de los sampedranos, a apenas 13 kilómetros cuesta arriba por la montaña llena de paisajes y variadas temperaturas. Por eso, cuando los sampedranos descubrieron un campo repleto de ellas, lo sintieron como un hallazgo. No solo una vista bonita, sino una experiencia. Algo que se queda.
En la cumbre de El Merendón, en lo alto de la aldea El Gallito, la familia Funez ha visto cómo esa fascinación colectiva transformó lo que por años fue un sembradío dedicado únicamente a abastecer mercados. Hoy, su campo de hortensias se ha convertido en un destino: frondoso, lleno de colores, abrazado por la neblina y por un viento fresco que parece venir de otro país.
Es allí, en ese paisaje suspendido entre el clima frío y la cercanía con la ciudad, donde Adela y Carmelo Funez han hecho su vida y su hogar. La montaña se volvió su esencia. Lo tienen todo. No solo una de las mejores vistas de todo El Gallito, sino su patrimonio que ahora comparten con miles de visitantes que sienten fascinación por su mundo floral.
Su relación con la montaña no nació del turismo, sino del trabajo. Oriundo de Trinidad, Santa Bárbara, llegó primero para comprar verduras y revenderlas en los mercados. Vivía en La Lima, donde el calor y la humedad pesan, y subir a la montaña era casi un descanso obligado.
Se instaló poco a poco. La tierra le gustó, el clima le gustó, la rutina le gustó. Y en ese ir y venir encontró también el amor: así como la montaña se volvió parte de su vida, Adela Mejía se enraizó en la suya para siempre.
Plantaron hortensias con un objetivo claro: venderlas. No había, en su cabeza, ninguna idea de atraer visitantes ni de convertir el campo en fotografía obligada. Pero las redes sociales hicieron su parte. Una foto llevó a otra, el boca a boca se multiplicó y pronto, los fines de semana, el lugar comenzó a llenarse.
“Lo que era producción familiar se volvió hospitalidad”, cuenta Carmelo, recordando el caos del Feriado Morazánico, cuando “no cabía un alma” en el terreno. “Nos agarraron sin logística, pero ya estamos mejorando para darle comodidad al turista”. Ahora, no hay fin de semana que las visitas no acudan puntuales.
Esa apertura ha traído momentos inesperados. Uno de los que más recuerda es el de aquel joven que llegó de noche, desesperado, buscando un ramo para pedir matrimonio al día siguiente. “Fue un 'sí, acepto'”, cuenta Carmelo con una sonrisa tímida. “Nosotros solo ayudamos, pero nos tocó ser testigos”.
Lo que sorprende a Carmelo no es solo el volumen de visitantes, sino sus reacciones. Muchos llegan por primera vez en sus vidas a esta parte de El Merendón, pese a vivir a apenas media hora.
“Una señora me dijo: ‘Tengo 50 años de vivir en San Pedro y nunca imaginé estas bellezas’. Es que todo está cerquita”, comenta. Y es cierto: bastan unos minutos de carretera para que la ciudad quede abajo, cubierta de calor, mientras arriba el clima cambia por completo.
Hoy, la finca de los Funez sigue siendo productiva —hortensias, cilantro, tomate, hortalizas—, pero también es un punto de encuentro. El campo tiene un mirador, los ramos se venden a 50 lempiras y han encontrado en la afluencia de turistas una forma de complementar ingresos sin abandonar la agricultura.
“El turismo nos ha beneficiado porque ahora vendemos directamente al visitante”, dice Carmelo. En la ciudad, un ramo similar puede costar entre 200 y 300 lempiras; en la montaña, la gente compra más, compra mejor y se lleva algo más que flores: se lleva la sensación de haber descubierto un pequeño secreto natural. El clima es fascinante, allí hasta las nubes se pueden tocar.
Las plantas tardan alrededor de un año en florecer después de sembradas, y la finca, que tiene una manzana y media de extensión sembrada desde hace más de una década, produce flores prácticamente todo el año. En esta temporada baja las ventas disminuyen, pero vuelven a repuntar en diciembre y enero, cuando aumentan bodas, graduaciones y eventos.
Lo que preocupa ahora no es la demanda, sino el equilibrio. Carmelo insiste en que el turismo debe hacerse sin dañar la montaña. “Estamos tratando de evitar la contaminación y la deforestación. La idea es generar fondos sin destruir el medio ambiente”, reflexiona.
Durante los domingos, cuando hay más circulación y a veces tráfico, la familia trabaja para ordenar la llegada de visitantes y proteger el bosque que les ha dado todo. Para más información o para hacer pedidos, Carmelo Funez atiende personalmente al número 9699-9671.
El acceso es bueno, las flores abundan y la vista —ese abrazo entre neblina, montaña y color— sigue intacta. La invitación está abierta para quien quiera subir, respirar altura y dejarse impresionar por un paisaje que estuvo siempre ahí, tan cerca, esperando que alguien lo mirara.
Una hortensia bien cuidada puede vivir varios años, incluso décadas, porque es una planta perenne. Florece cada año si se mantiene en buen clima, con sombra parcial, suelo húmedo y buen drenaje. Un ramo de hortensias cortadasEn condiciones normales, un ramo dura entre 5 y 8 días. Cuando nace tiene tonos verdes, y ya en su fase final adquiere los colores rosa, rojo y lila.
En zonas frescas de montaña, como El Merendón, puede durar hasta 8 días o un poco más, especialmente si se mantiene en agua limpia y se recorta el tallo cada dos días. En la montaña hay viveros donde se vende la planta. Si se mantiene en clima frescos puede llegar a durar y hasta, a florecer.
El Merendón es un verdadero edén para quienes aman las flores. Su clima fresco, la altura y la humedad constante crean un escenario donde la vegetación se multiplica y florece con fuerza. En sus laderas crecen hortensias exuberantes, dalias, azaleas, begonias, rosas de monte y plantas nativas que pintan la montaña de colores intensos durante todo el año. Esta combinación convierte a la sierra en un jardín natural que contrasta con el calor de la ciudad y sorprende a quienes descubren, a pocos kilómetros de San Pedro Sula, un paisaje casi mágico, lleno de vida y diversidad.