Lo peor que le puede pasar a una sociedad es que se acostumbre a las estadísticas; que vea los datos y que deje de conmoverse y preocuparse. En el caso de la violencia ejercida en contra de las mujeres, y que muchas veces termina en asesinato, la curva no decrece sino todo lo contrario; todos los días los medios informamos sobre la muerte de mujeres, a veces producida de forma más que inhumana, salvaje. Y el fenómeno recorre todos los estratos sociales, todos los niveles de preparación académica y la geografía nacional entera.
Hay, en el fondo, por lo menos dos causas notables en los crímenes en contra de las mujeres. El primero es esa tara antropológica llamada machismo. Luego de tantos siglos de progreso, resulta inaudito que haya todavía hombres que no ven a las mujeres en un plano de igualdad, que se creen superiores a ellas y que, con su conducta, parecen reclamar su sometimiento. Hombres que se dirigen en tono altanero a sus compañeras de vida, que le exigen servicios de todo tipo y cuya actitud prepotente busca infundir miedo, casi terror, en ellas. Está costando mucho superar unos resabios heredados de épocas pretéritas que nunca tuvieron justificación, pero que se fueron asentando en distintas culturas y continúan siendo un lastre para el desarrollo no solo de las mujeres sino de la sociedad entera, porque dejar atrás a las mujeres es dejar atrás también a los hombres.
Ligado al anterior, y muchas veces convertido en vehículo de él, está el factor educativo. Y no se trata de la educación formal sino del ambiente familiar y social en que crecen las nuevas generaciones. Larga sería la lista de actitudes cotidianas, de actividades insertas en la vida diaria, que ponen a la mujer en una situación que no corresponde, en una tesitura que más bien va en contra de su dignidad, y que pasa por algunos concursos, por cierta publicidad comercial, por chistes supuestamente simpáticos, o por prácticas hogareñas que la ubican al final de la escala familiar, y que, desde pequeña, le hacen asumir que nació para estar al servicio del hombre y para dejarse dominar por él.
Al final, en un clima generalizado de irrespeto, del maltrato verbal se transita al físico, y de la violencia psicológica al golpe o al asesinato.
La situación exige una profunda y detenida reflexión que nos lleve a desterrar todos estos vicios para evitar que más mujeres pierdan la vida por el simple hecho de serlo.