Y uno de esos temas es la corrupción pública que, en Honduras, arrebató unos 3,000 millones de dólares solo el año pasado, de acuerdo con el dato revelado por Ricardo Zúñiga, el enviado especial del Departamento de Estado para el Triángulo Norte y a quien han encargado frenar la emigración y canalizar 4,000 millones de dólares en ayuda para esta región.
Ese inaceptable desvío de fondos, que debieron ocuparse en salud, educación y empleo, en mejorar la vida a miles de familias en extrema pobreza, es un hecho. Igual que es un hecho la débil y vergonzosa respuesta que hemos tenido, como país, para atajar el continuo robo en instituciones del Estado, una práctica alentada por la falta de transparencia, la tolerancia a la impunidad y la negligencia para actuar a la hora de defender los asuntos que atañen al erario público.
Es un hecho que, como lo expusieron Zúñiga y el propio secretario de Estado, Antony Blinken, la lista Engel —con nombres de involucrados de una u otra forma en actos de corrupción—, es solo un paso porque “el combate a la corrupción (en estos países) es un objetivo importante para la seguridad de Estados Unidos” al ser la raíz de los males que nutren la migración.
También es un hecho que hay muchísimo trabajo que hacer para elevar los niveles de seguridad, bajar los índices de violencia y mejorar en la impartición de justicia. Estamos muy lejos del ideal de la economía que necesitamos y de la gobernanza que nos permita ir superando las condiciones que nos afligen.
Con estos desafíos y a cinco meses de las elecciones, es tiempo que los candidatos compartan sus planes, las ideas para hacer frente a los retos. Acabar con las inveteradas costumbres que han convertido a instituciones y a la política en minas de oro, en el paso más rápido para acumular riqueza. Es tiempo de llenar con propuestas este vacío de liderazgo, explicar cómo asegurar productividad y efectividad con transparencia, y no con más de lo mismo. El país necesita conocer esas fórmulas que inspiren y nos devuelvan la esperanza.