24/11/2025
11:30 AM

De bosques en desiertos

    E n San Pedro Sula resultó doloroso observar cómo se quemaban miles de árboles y cientos de animales tenían que escapar ante el paso devorador de las llamas que arrasaron hace dos semanas entre 80 y 100 hectáreas de bosque en El Merendón. Algo similar ocurrió el mes pasado en la capital y en otras ciudades como Siguatepeque. En Tegucigalpa, su principal pulmón y fuente de agua, La Tigra, hoy sufre incendios anuales que reducen cada vez más la zona de amortiguamiento y la disponibilidad del recurso hídrico, con crecientes índices de enfermedades respiratorias y oculares producto del humo de las quemas.

    Si nos referimos a la Biosfera del Río Plátano son los narcotraficantes y ganaderos los que deciden su creciente destrucción para dedicar la tierra al cultivo de coca y marihuana y a pastizales, sin que encuentren barreras y obstáculos a su ambición, ni por las autoridades civiles ni militares, que deberían coordinar sus acciones en defensa y prevención de nuestros recursos naturales.

    Son las etnias indígenas las que a lo largo del tiempo han sabido mantener un equilibrio entre sus requerimientos para su subsistencia y la conservación de la tierra, los ríos y los bosques.

    Pero, lamentablemente, prevalece la codicia y la ganancia rápida en perjuicio del recurso forestal, que además es afectado por plagas de insectos, lo que está convirtiendo a la que alguna vez fue la “Honduras verde” en páramos yermos, erosionados por la acción del fuego y el viento.

    Las áreas de cultivos para la alimentación se tornan cada vez más reducidas, y ello se refleja en las alzas crecientes en los precios de granos básicos, frutas, verduras, para quienes cuentan con poder adquisitivo para adquirirlos, en tanto los que no perciben ingresos permanentes deben soportar hambre.

    Ello se revela con mayor dramatismo en pueblos de la región central, que deben recurrir a recibir ayudas anuales de organizaciones internacionales. Son bienvenidas, pero insuficientes, ya que son medidas apenas paliativas.

    No es casual que muchos de estos poblados, incluyendo los de la Ruta Lenca, reflejan los índices más elevados de pobreza y miseria, y que su población joven opta por abandonar sus comunidades y migrar al exterior.

    La Honduras que heredarán las próximas generaciones será una nación desolada, desertificada, hostil para la supervivencia humana.

    En estos días, que el humo y el fenómeno conocido como “domo de calor” tiene atrapados a Honduras, México y una parte de Estados Unidos, bajo una masa de aire caliente, se añora los años 80 cuando nuestro país sí era verde y se respiraba aire puro.