04/12/2024
01:59 AM

Una propina generosa

Jibsam Melgares

Hace muchos años, un niño de diez años llegó hasta el mostrador de una heladería, se trepó a un banco y llamó a la mesera. “Señorita, ¿cuánto cuesta un helado grande?”, preguntó. “Cincuenta centavos”, contestó la mesera. El niño metió la mano en su bolsillo, sacó un puñado de monedas y se puso a contar. La mesera frunció el entrecejo con impaciencia. Después de todo, había otros clientes esperando.

“¿Cuánto cuesta un helado sencillo?”, preguntó el niño, mientras miraba de reojo a la mesera. La muchacha suspiró y viró los ojos. “Treinta y cinco centavos”, dijo con tono irritado. El muchacho contó de nuevo sus monedas. “Quiero un helado sencillo, por favor”, dijo finalmente el niño, poniendo sobre el mostrador una moneda de veinticinco centavos y dos de cinco. La mesera tomó las monedas, le trajo el helado al niño y se alejó.

Más o menos diez minutos después, ella volvió y encontró el plato vacío. El muchacho se había ido. Ella tomó el plato vacío... y entonces se le hizo un nudo en la garganta. Allí sobre el mostrador, junto al sitio húmedo donde estuvo el niño comiendo, había dos monedas de cinco centavos y cinco de un centavo. El niño tenía suficiente dinero para un helado grande, pero pidió un helado sencillo para poder dejar propina.

Es innegable que este relato nos inspira a reflexionar sobre el valor de la generosidad desinteresada. Aunque el niño podía disfrutar de algo mejor para sí mismo, prefirió renunciar a ello para bendecir la vida de alguien más.

Este acto de bondad, que podría parecer pequeño, pero que es realmente significativo, desafía nuestra tendencia natural al egoísmo y nos invita a considerar cómo nuestras decisiones pueden afectar a los demás. A menudo subestimamos el impacto de los pequeños gestos, pero estos pueden tocar corazones y dejar huellas duraderas.

Consideremos, pues, que no se necesitan grandes recursos para mejorar este mundo, solo un corazón sensible y dispuesto a servir a los demás.