26/07/2024
12:17 AM

Todo es cuestión de percepción

Renán Martínez

La historia de la aseadora que parió una brillante idea para aumentar el consumo del dentífrico Colgate suele recordarse en los cursos de marketing, publicidad y ventas. Cuentan que estaban reunidos los grandes ejecutivos de ventas de la compañía, en plena lluvia de ideas, intentando poner sobre la mesa la mejor fórmula para vender más pasta dental. Unos abogaban por los sabores del producto, otros por los colores o por una campaña de publicidad agresiva, sin que el director empresarial diera luz verde a ninguna de las ideas presentadas. En un momento de impaciencia, el alto ejecutivo les pidió a todos los congregados que se pararan y pusieran atención. Llamó entonces a la señora que estaba haciendo la limpieza en la sala contigua y le preguntó cuál sería la fórmula para que gente normal de la calle consumiera más ese producto. La señora de la limpieza no titubeó al dar una sola respuesta: “hagan más grande el orificio por donde sale la pasta”. Efectivamente, esa pequeña diferencia de agrandar unos milímetros la boquilla del tubo dental hizo que los consumidores pusieran mayor cantidad de pasta en sus cepillos de dientes y por ende que aumentaran las ventas del producto. Este es un magnífico ejemplo no solamente para líderes empresariales que se esfuerzan por incrementar las ventas o en mantener el liderazgo de su compañía, sino también para los ciudadanos en general, que suelen cometer errores de percepción en la valoración que hacen, a primera vista, sobre las demás personas.

Ser guiados por las imágenes es inevitable, por ello a veces juzgamos a alguien por su apariencia sin antes haber tratado a ese personaje, o nos dejamos llevar por pocos datos que tengamos de él. Los ejecutivos de la Colgate nunca imaginaron que aquella mujer humilde a la que siempre miraban con el estropajo y la escoba en la mano, les diera una lección sobre mercadotecnia que con tantos estudios universitarios ellos nunca habían recibido.

El célebre personaje de Cervantes, don Quijote de la Mancha, ha sido catalogado por siglos como un loco de atar. Sin embargo, el escritor español Juan Vicente Yago sale en su defensa al expresar que “Don Alonso Quijano sueña, pero no es un loco, fantasea, pero no es un mentecato. Don Quijote de la Mancha no estaba loco, no lo estuvo en toda su vida”.

En la vida real también solemos tratar como locos a personas que por aferrarse al estudio de una disciplina no dan importancia a su presentación física y adquieren una personalidad distinta a la del ciudadano común. Muchas veces, por dejarse llevar por la primera impresión, la gente no llega a conocer quiénes en realidad son estas personas ni sus cualidades. Una percepción equivocada nos impide también saber que entre las personas sencillas puede haber genialidades que se mantienen en el anonimato porque no han tenido la oportunidad de desarrollar sus talentos. Este pudo haber sido el caso de la señora de la limpieza.

Saber mirar hacia abajo debería ser también una cualidad de los funcionarios públicos, no para buscar talentos, sino para conocer la opinión del pueblo, a través de un plebiscito o un referéndum, al momento de tomar decisiones en situaciones conflictivas. Pero resulta que el soberano siempre se da cuenta de que determinada medida tomada en las esferas estatales, lejos de serle favorable, le perjudica. Se han aprobado leyes atendiendo únicamente el criterio de los sectores a los que las mismas favorecen, aunque la correcta percepción indique que tales mamarrachos perjudican a las mayorías.