14/01/2025
09:50 AM

Tener hermanos

Víctor Ramos

Jorge, mi hermano menor, y yo desde temprana edad decidimos nuestros futuros vocacionales. Coincidimos en el amor por la política y él llegó a diputado con muy buen criterio. No coincidimos en las ideas y a veces nos enfrentamos, sin que tales diferencias nos separen en nuestro amor fraternal.

Los primeros años los disfrutamos con los juguetes que nos enviaba mi tío Camilo Rivera Girón desde La Lima, en donde él desempeñaba funciones como superintendente general de la United Fruit Co. A La Lima viajamos con mamá cuando yo tenía cinco años, y esa aventura inolvidable la narro en mi libro “Crónica de viaje entre La Esperanza y la costa norte”. Nos fascinó el progreso que jamás habíamos visto. Mi hermana no estaba aún.

Jorge nació para los negocios, y yo, desde muy temprano, desde que aprendí a leer, me aficioné por la lectura. Recuerdo que cuando éramos niños, Jorge se levantaba temprano para ayudar a don Lorenzo Amador en el trabajo de contar cuántos sacos de café, maíz o frijoles subían o bajaban de los camiones. Le pagaba un centavo por cada saco. Cuando tuvo más edad alquilaba un burro en Jesús de Otoro, los había en abundancia, para ir al bosque a cortar leña, que vendía a los vecinos.

Yo tuve que partir a La Esperanza para hacer mis estudios secundarios, y Jorge y Silvia, con apenas cinco años, se quedaron con mamá. No había mayor alegría que cuando regresaba a finales del curso escolar para reunirme con ellos.

Dos años después, mamá se trasladó a La Esperanza porque Jorge se acercaba a la edad de ir al colegio. Teníamos una casa que mi abuela Mercedes Girón había heredado y que pasó a manos de mamá. Cuatro años disfrutamos la convivencia en La Esperanza, ya que con mi título de maestro fui a La Lima, en donde don Ibrahim Gamero Idiáquez me empleó en la escuela Esteban Guardiola. Jorge fue tras de mí y se empleó en las fincas bananeras de mi tío Camilo. Ahí, bajo las férreas enseñanzas del tío, aprendió las minucias de administrar una empresa.

Mas tarde yo fui a Tegucigalpa. Iba a matricularme en la carrera de Medicina y meses después me siguió Jorge, quien, graduado de perito mercantil, se empleó en el Banco Atlántida, en donde hizo amistad inquebrantable con Juan Carlos Funes.

Luego, tras su novia María Luisa Martínez, regresó a San Pedro Sula, se casó y comenzó a organizar su empresa de fabricación de balcones, que poco a poco se transformó en la prestigiosa Indumeco, empresa dedicada a la construcción y con la cual ha edificado emblemáticos edificios en varios lugares de Honduras; entre ellos, la sede del Instituto Hondureño del Café en Tegucigalpa.

Mamá fue obligada a dejar su casa para trasladarse a San Pedro porque por su edad no podía vivir sola, y de su cuidado se ocupó mi hermana Silvia y su hijo Alejandro con una dedicación religiosa. Con los tres entrañables en esa ciudad se me hace imperativo viajar frecuentemente.

Jorge es una persona amigable y por eso tiene innumerables amistades, muchas relacionadas con su trabajo en la construcción y otras por los más diversos motivos. Cuenta con un amigo pintor desde que vivíamos en La Lima, a quien le compra cuadros, es una de sus aficiones, para ayudarlo en sus apuros económicos.

Su empresa ha ganado mucho prestigio y a ella agregó una ferretería que le suple los materiales de construcción: Alfesa. Ahora vive en los afanes de las licitaciones, que no siempre son trasparentes. Pero su amor por la producción le llevó a instalar una fábrica de cartones para guardar huevos. Pronto se instaló una megafábrica, y los clientes, engañados por los precios bajos transitorios, le obligaron a cerrar. Entonces, la competencia elevó los precios y los productores de huevo quisieron volver a querer comprarle a Jorge, pero él ya había clausurado. Ahora ha instalado una máquina para cortar y formar láminas de zinc y ha tenido muy buen desempeño.

Como no olvida nuestra tierra esperanzana ha ido allá a formar, con socios del lugar, una empresa dedicada a la urbanización y venta de lotes en dos colonias prestigiosas.

Lo que finalmente quiero decir es que el vínculo fraternal con mis dos hermanos se ha fortalecido a lo largo de nuestras vidas y ahora somos el uno para el otro. Y así será por el tiempo que nos falta.

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