Estoy segura que la enfermedad conocida como “cáncer” no le suena extraña a ninguna persona. Casi todos, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido contacto directo o indirecto con ella. De hecho, se calcula que más del 80% de la población mundial posee a alguien cercano que padece dicha enfermedad o, en su defecto la sufre personalmente. En el 2008, más del 13% de las muertes en el mundo fueron causadas por tumores malignos. Aún es materia pendiente descubrir por qué el cáncer ha tenido un crecimiento tan acelerado en nuestros días.
No cabe duda que nadie ansía padecer esta enfermedad ni que la padezcan sus seres queridos. Pues como bien se dice: “el cáncer come y destruye todo a su paso, lentamente”. El dolor que produce es colectivo porque no solo la persona afectada experimenta el terrible sufrimiento causado por este mal, sino que la familia y los amigos también sufren al ver que la vida de su ser querido se va apagando poco a poco.
Prácticamente no hay parte del cuerpo que esta enfermedad no pueda invadir. Además, parece no conocer límites: ataca personas de cualquier edad, sexo, ocupación, posición social, etc. Ahora bien, el objetivo de esta columna no es informar, ya que, como dije antes, estoy segura que la mayoría de las personas poseen, al menos, un conocimiento básico del tema. Mi fin es otro: llamar a reflexión a la población, en, básicamente, dos asuntos.
Primero, cuide su salud. Procure desarrollar un estilo de vida saludable. Sea responsable con su cuerpo. Hasta donde le sea posible, aliméntelo bien. Descanse lo necesario y deje los vicios. El descuido en todos estos asuntos lo puede arrimar a la posibilidad de desarrollar algún tipo de cáncer.
Segundo, en el caso de tener que afrontar la enfermedad, cuídese de los “mercenarios de la salud”. Sin duda que nuestra sociedad posee excelentes médicos, aquellos que aman lo que hacen y que son verdaderos profesionales en el cumplimiento de su labor. Sin embargo, nuestro medio también cuenta con uno que otro mediquillo que, sin ningún tipo de escrúpulos, juega con la salud de su paciente. Me refiero a aquellos que ofrecen tratamientos como la quimioterapia a sabiendas que el enfermo no los soportará o cuando ya no existe ningún tipo de esperanza de vida. A estos seudo-doctores no les importa el bienestar de su paciente ni el sufrimiento de la familia, lo único que buscan es obtener beneficios personales… por no decir económicos. Pues para todo familiar no existe nada más preciado que la salud de su ser querido, aunque eso implique vender la casa, el carro o endeudarse con algún banco o con los amigos. Por esta razón mi sugerencia es, busque una segunda y/o tercera opinión. Nunca está de más que otro profesional evalúe la situación y que usted, al tener todas las cartas sobre la mesa, decida con mayor propiedad en quien depositar su salud –mejor dicho su vida-- o la de los suyos. No olvide jamás que a veces la medicina puede salir peor que la enfermedad.