15/04/2024
12:48 AM

La Policía de ayer y hoy

Renán Martínez

Cuando las maras comenzaron a crecer en Honduras como un monstruo de siete cabezas, ya había desaparecido el Departamento de Investigación Nacional (DIN), considerado el terror de los criminales porque los hacía “cantar”, no con el acompañamiento de una guitarra, sino con los acordes de despiadadas torturas.

Para tener una idea de cómo eran aquellos calvarios hay que conocer el testimonio de personas que estuvieron en las oscuras ergástulas de la extinta dependencia policial que trabajaba en forma coordinada con la solitaria y limpia policía de línea. Una de esas personas fue Leonardo Fletes, quien me regaló su relato mientras lustraba mis zapatos en el centro de San Pedro Sula. Leonardo no fue un niño mal portado, pero su familia lo lanzó a la calle, arguyendo que por culpa de él su abuela había muerto de un infarto.

El caso es que la viejecita lo estaba castigando por una de sus travesuras cuando cayó fulminada de pura cólera. Ese fue el delito del cipote por el que le dieron como cárcel la calle.Contó que cuando tenía unos 15 años la policía le echó “el clavo” de un delito que no había cometido.

El encierro injusto de cuatro años, le lastimó el alma, pero las torturas salvajes que le aplicaron para que se inculpara casi le quitan la vida. De aquella tenebrosa policía de investigación nadie salía libre de culpas después de pasar por sus entresijos.

A Fletes le hicieron varios de aquellos “maquillajes” como llamaban a las torturas en el argot policial, entre ellos uno conocido como la capucha. Le ponían un hule con cal cubriendo la cara, luego lo ataban “como garrobo” en el suelo. Después, dos hombres subían sobre él y comenzaban a jalar el hule.

Al sentir que se ahogaba clamaba con señas desesperadas que pararan, pero como no confesaba lo que ellos querían, lo volvían a “maquillar”. (De tanto usarlo, el verbo degeneró en maquiar).

También lo colgaron de los pies y lo zambullían en un barril con agua y dentro ponían un alambre con electricidad. Se retorcía con cada toque eléctrico que transmitía el agua hacia su cuerpo. Los gritos de los torturados eran ahogados en la quietud de la noche por una consola que los llamados juras del DIN ponían a todo volumen al momento de hacer su “trabajo”.

La tortura más leve era “la tabla del siete” que consistía en siete reglazos que le aplicaban al detenido en las partes más sensibles de su anatomía. “Por esa época los menores no valían nada”, comentó el lustrabotas para hacer notar que no había derechos humanos que valieran.Volver a aquellos tiempos sería como retroceder a la época cavernaria de la investigación.

Más bien a estas alturas debería haber en Honduras métodos científicos de investigación para reducir los altos índices de criminalidad los cuales siguen creciendo no obstante las muchas organizaciones de seguridad que se han creado.