28/04/2024
06:56 AM

La fuerza de la memoria

Roger Martínez

Un día como hoy, 28 de febrero, pero de 2006, mi madre, Cristina de Jesús Miralda García de Martínez, hizo su tránsito hacia la eternidad. Es imposible no recordar la fecha y todas las circunstancias que se dieron alrededor del hecho. Como en una película, las imágenes se suceden unas tras otras y vuelven a aparecer rostros, frases, tantos y tantos recuerdos.

La memoria, con esa capacidad suya de actualizar el pasado, muestra más su fuerza que con otros acontecimientos acaecidos. El cariño, que suele potenciarlo todo, torna dulces incluso los momentos amargos que, como es natural, se dan alrededor de la pérdida de un ser querido, en este caso, un ser más querido que muchos otros.

Así como entre los papás y las hijas se da una conexión singularísima, lo sé por experiencia, entre los hijos y las madres hay un vínculo que resulta difícil de explicar.

Además, si ese varón es el hijo menor, como fue en mi caso, el nexo que se genera es especial. Si cuando muere la madre, todos los hijos padecen la orfandad en grado superlativo, los más jóvenes aún más, si cabe decir.

En este día, la fuerza de la memoria actualiza el tono de voz, la risa, los gestos, los gustos, las frases recurrentes, la figura y las idas y venidas de mi madre; su alegría cada vez que la visitaba en Juticalpa y su mirada el día de la necesaria partida. Cuando la visita terminaba, y yo debía regresar a Tegucigalpa, se quedaba parada en la acera de la casa hasta que el carro en el que yo viajaba desaparecía de su mirada. Luego exigía una llamada telefónica para avisar que había llegado sin novedad a mi destino, y nunca dejaba de decir que rezaba mientras nos imaginaba en el camino.

Han pasado 18 años y las imágenes no pierden fuerza. Resulta que mientras termina uno en la vida por ser exalumno, exempleado, exnovio, e, incluso, en el peor de los casos, exesposo; nunca llega a ser “exhijo”. El vínculo materno filial es irrompible. Hay una especie de nostalgia, muy dulce, por cierto, que se mantiene, aunque el tiempo haya continuado su marcha irrefrenable.

La última vez que fui a Juticalpa, fui al cementerio en el que descansan los restos de mi familia y, por supuesto, busqué la tumba de mi madre. Está al lado de mi padre y de uno de mis hermanos que murió joven, y cerca de mis abuelos maternos. Impetuosa, la memoria, acudió a la cita. Y ahí, en cuestión de segundos, recuperé mi infancia feliz.

Mi mamá, sin duda, descansa en paz. Porque hizo muy buen trabajo, cumplió acabadamente su misión de esposa y de madre.