La encontré en el bolsillo recóndito de un saco que me regaló mi hijo Carlos Roberto. No sé si él la metió allí con el fin de que yo pudiera leerla algún día, pero fue hasta seis años después de que él redactara la carta, que la degusté. El escrito es fiel reflejo del cariño entre hijo y padre, por ello lo transcribo a continuación:
“El año pasado, por esta misma fecha, recibí un correo de mi padre con el borrador de lo que sería su primer libro ‘Crónicas del camino’. En ese momento me encontraba de viaje por motivos laborales, y no pude leerlo sino hasta llegar al hotel. Ya relajado abordé el texto.
Debo confesar que en los primeros capítulos no solo encontré la voz del padre que conocía, pero al adentrarme en la lectura descubrí una voz más íntima, preocupada y detallista, un hombre de fina memoria, portentosa y que a lo largo de sus capítulos nos muestra una Honduras que merecemos recordar, no relegar al olvido como suele hacerlo nuestra tirana memoria.
Es así que en aquellas ferias el portal del tiempo me lleva a ver la famosa ‘fotografía de cubeta’ en la que todos salían asustados. En ese paseo por la feria villanovense, sentí como si yo iba también en medio de los curiosos. Al leerlo reviví de golpe mi infancia, y aunque ya era más próximo y entusiasta de la feria de San Pedro Sula, reconozco que somos el sentimiento de una época. Recuerdo mis andares por la Feria Juniana, pero mi padre en su libro me transporta a la alegría de su época, quizá su feria no fue tan grande ni tecnológica, pero sí más pintoresca y hasta cierto punto, sana. De Villanueva mi padre, en sus crónicas, me devuelve la solemnidad. En mis primeros cuatro años de vida caminé entre esos personajes de Villanueva. El cine, las casitas con ventanas que daban a la acera, o el parque que había que atravesar para llegar al jardín de niños donde me iban a dejar. Es justo allí donde empezó mi fijación por los colores y la impresión gráfica. Recuerdo pasar frente al cine y quedar mirando los pósteres de las películas en exhibición. A mi padre le gustó narrarnos sus vivencias, aquellas aventuras periodísticas de las que todos nos enteramos de primera mano. Siempre le ponía algo de suspenso y humor a sus relatos. Él es culpable de inculcarme amor a la lectura: ‘lee lo que sea que caiga en tus manos, pero lee’, me decía. Así construye sus crónicas, y es el paseo de su vida la crónica que nos muestra épocas y acontecimientos de nuestra historia. En sus crónicas está la certeza de ser vividas, también un rescate de la identidad, de la denuncia, del dolor, de algún modo, del pueblo hondureño que somos todos”.