La primera consiste en aceptar que la relación conyugal es una relación profundamente educativa. Es decir, la convivencia cotidiana permite que afloren en ella nuestras virtudes y nuestros defectos, de allí que tengamos la valiosa oportunidad de ayudarle al otro a que sea mejor persona. La esposa que ve desde fuera a su marido puede, con objetividad y cariño, señalarle aquellas formas de conducirse o de hablar, aquellas manías y aquellos hábitos que pueden llegar a ser un obstáculo para su desempeño laboral o su interacción social. Así, el esposo puede ir puliendo su personalidad y creciendo como ser humano. Además, cuando se nos echa una mano en este sentido es posible que no siempre reaccionemos bien, por lo que se da también la oportunidad de ejercitar virtudes como la humildad o la docilidad, que tan amable vuelven el día a día en el hogar.
Otra clave para estar juntos hasta el final consiste en tener la convicción de que el proceso de adaptación conyugal no termina nunca, que es ininterrumpido. Los seres humanos vivimos en constante transformación física, psíquica y afectiva. Así como cambia la figura, cambian los intereses, los estados de ánimo o de salud. Por lo mismo, no se pude pretender que, luego de unos meses o unos años, se conozca plenamente al otro y podamos definir unas pautas inamovibles para manejar la relación. Se trata de mantener la cercanía para asumir los cambios y actuar en consecuencia, para amar y respetar esos cambios que el otro, inexorablemente, sufre.
Finalmente, para llegar juntos hasta el final debemos tener la meridiana claridad, la sincera convicción, que todos somos vulnerables, que la fidelidad exige practicar hábitos éticos como la prudencia o la gravedad, que hay temporadas en las que estamos más sensibles y necesitados de afecto y que debemos tomar las precauciones del caso para no establecer vínculos sentimentales que pueden luego hacernos traición y generar situaciones peligrosas. Lo mejor, por ejemplo, es mantener un tono profesional con colegas y compañeros de trabajo, y evitar hacer de ellos nuestros confidentes. Hay más, pero este ya sería un buen comienzo.