22/03/2023
06:28 PM

Honor a quien lo merece

Jibsam Melgares

El papá de Alberto era un hombre que trabajaba mucho. Un domingo Alberto se despertó antes y, al oír que su papá abría la puerta de la calle, corrió a preguntarle: “¿Por qué vas a trabajar hoy, papi? Podríamos jugar juntos...”. “No puedo. Tengo asuntos importantes que atender”. “¿Y por qué son importantes?”.

“Porque si salen bien, serán un buen negocio para la empresa y a mí me podrían ascender”. “¿Y por qué quieres ascender?”. “Para mejorar y ganar más dinero”. “¡Qué bien! Y cuando mejores, ¿podrás jugar conmigo?”.

El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño continuó preguntando: “¿Y por qué quieres ganar más dinero?”. “Para tener una casa más grande, y para que tú puedas tener más cosas”. “¿Y para qué queremos una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?”. “No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas”.

Alberto dudó un momento y sonrió. “¿Podremos hacer más cosas? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré hasta que tengamos esa casa”.

Al oírlo, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía rápidamente y sabía que no le esperaría tanto.

Así que se quitó el saco, dejó la agenda y la computadora, y mientras se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo: “Creo que el ascenso y la casa pueden esperar”.

¿Sabe, querido lector? Mi papá también se ha quitado siempre el saco y ha dejado la agenda y la computadora por su familia y por mí. Y, si bien es cierto, el asunto de jugar no fue literal, yo siempre sabía que podía contar con él. Sus consejos sabios, sus jalones de orejas amorosos, su apoyo incondicional, su consagración en lo espiritual y su tiempo de calidad han estado y continúan estando conmigo constantemente. Como lo escribíamos en la novela La pequeña resurrección: “Lo veo tan claro como veo la extraordinaria belleza de la fidelidad de Dios, por medio de [Jesús], en quien [él] se convirtió”.