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Del dedazo a las corcholatas

  • 06 julio 2023 /

La mayoría de los presidentes en México han sido impuestos. Por fraude. Por trampas. Por la fuerza bruta. Por corrupción.

Pero ahora quiero creer que millones de mexicanos no permitirían que eso volviera a ocurrir. Aunque el sistema para elegir candidatos presidenciales en México ha pasado del dedazo a las “corcholatas”, confío en que el próximo presidente o presidenta sea quien gane más votos.

​Explicarle a un extranjero eso de las “corcholatas” es divertido y todo un reto. El diccionario de la RAE dice que la corcholata es una “chapa” o tapa de botella. Así, la interpretación política mexicana indica que la “corcholata” es un aspirante presidencial destapado y anunciado.

Para los mexicanos todo esto contrasta con la época priista de los “tapados”, en que los posibles candidatos presidenciales tenían que estar calladitos, sin anunciar sus pretensiones y sin moverse porque, si no, no salían en la foto y eran descartados de la competencia electoral. Al final, por dedazo, el presidente en turno escogía entre los “tapados” a su sucesor.

Así fue desde 1929 al 2000. Ese era el secreto peor guardado de México. Todo el mundo sabía que el presidente decidía quién lo reemplazaba. Pero se realizaban elecciones falsas para hacernos creer que el proceso era democrático. Por eso yo siempre digo que vengo del país de las fake news. En México, desde niños, nos enseñaron a no creerle a los políticos y, mucho menos, a los resultados de las elecciones presidenciales.

En México ha habido fraudes grandes y chiquitos. Me acuerdo en particular del enorme fraude de 1988 cuando “se cayó” el sistema de conteo de votos al mismo tiempo que iba ganando el candidato opositor, Cuauhtémoc Cárdenas. Así se lo dije en dos entrevistas a Carlos Salinas de Gortari, quien era uno de los “tapados” y luego se tomó la presidencia a pesar de las denuncias. (Esta es la liga de las entrevistas https://tinyurl.com/pr9ra729) Pero Salinas insiste en el mito de que él ganó las votaciones.

Varios fraudes y muchos “tapados” después, México por fin tuvo unas elecciones legítimas en el 2000 que fueron ganadas por el candidato opositor, Vicente Fox. Ese fue uno de los grandes triunfos de la democracia en México. Recuerdo de haber brincado -y hasta jugado fútbol en el Zócalo- para celebrarlo.

Luego vendrían otras dos elecciones presidenciales (2006 y 2012) muy cuestionadas por el entonces candidato y actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador. Y finalmente volvimos a tener otras votaciones incuestionables en el 2018, cuando AMLO obtuvo más de 30 millones de votos y estuvo muy por encima de sus contrincantes políticos.

El gran reto para México en el 2024 es que, a pesar de la enorme polarización política en el país, todos estemos de acuerdo en quién es el ganador o la ganadora. Pero no será fácil por el creciente poder que tiene AMLO y su partido MORENA, y por los frecuentes ataques presidenciales al Instituto Nacional Electoral (INE), al poder judicial y a los periodistas independientes.

Si bien AMLO no tiene el poder casi absoluto de los presidentes priistas que escogían por dedazo a su sucesor, está muy claro que preferiría a un sucesor de su propio partido, que continúe con sus programas de gobierno y que defienda su legado. “Somos muy parecidos”, dijo recientemente sobre las seis “corcholatas” o candidatos presidenciales de la coalición de MORENA. “Tengo cinco hermanos y una hermana.”

Tanto en el partido oficial como en la alianza de partidos opositores (PRI, PAN y PRD) existe un complicado método de selección para escoger a su candidato único en vista a las elecciones del 2 de junio del 2024. Como quiera que sea, para principios de septiembre deberíamos saber quiénes son. Y, por supuesto, no podemos descartar a candidatos independientes o que se resistan a seguir las reglas del partido.

La democracia en México es muy joven y frágil. Ha habido muy pocas elecciones en las que todos hemos estado de acuerdo en quién es el ganador. Y la tentación autoritaria sigue rondando.

Ya no es el dedazo. Pero el problema de las “corcholatas” es que todas son del presidente y su lealtad al jefe es más importante que su proyecto de país. Por ejemplo, ningún candidato de MORENA se atreverá, por ahora, a criticar la fallida estrategia de seguridad de AMLO (con más de 146 mil muertos), ni la errada política migratoria que convirtió a México en el muro de Estados Unidos, o la vergonzosa alianza con dictaduras como la cubana. Además, durante la campaña, será casi imposible que el presidente se abstenga de defender a su candidat@ en las mañaneras y que se utilicen recursos del gobierno para promover su candidatura. Corcholatear no es el método más transparente para escoger presidente. Está lleno de vicios.

Ante un presidente con tanto poder, como AMLO, estas son las serias debilidades de la naciente democracia mexicana. Pero al final de cuentas, sigo creyendo que los avances democráticos le han costado tanto a los mexicanos que no van a dejar que nadie se imponga, “corcholata” o no. Estos no son tiempos de dedazos. Y ganará, espero, quien obtenga más votos.