Por Gina Kolata/The New York Times International
El Ejército de Napoleón estaba hambriento y se estaba congelando al emprender la retirada de la fallida invasión de Rusia en 1812. Además, era acechado por otros peligros letales: infecciones bacterianas.
Cuando un grupo de investigadores franceses se propuso averiguar qué enfermedades infecciosas contribuyen a la muerte de las tropas, el equipo sólo tenía 13 dientes de hombres sepultados en una fosa común en Vilna, Lituania. Figuraban entre los soldados condenados de un Ejército que comenzó con alrededor de medio millón de hombres.
Sin embargo, cada diente contenía una pequeña cantidad de tejido y sangre con diminutos fragmentos de ADN microbiano. A través de métodos de vanguardia, los investigadores hallaron evidencia de dos tipos de bacterias que anteriormente no se sospechaba que circularan entre estas tropas.
Una es la fiebre recurrente, una infección transmitida por piojos. Causa fiebre elevada, dolor en las articulaciones, fuertes dolores de cabeza, náuseas, vómitos y fatiga extrema.
La otra es la fiebre paratifoidea, transmitida a través de comida o agua contaminada.
Aunque, según relatos históricos, se sospecha que también influyeron en otras enfermedades infecciosas, este estudio agrega otras dos causas de muerte al historial.
Nicolas Rascovan, un experto en ADN antiguo en el Instituto Pasteur en París y autor principal del estudio, dijo no creer que estos dos patógenos fueran la única causa de muerte de las tropas. Mucho más importante, fue que los hombres estaban hambrientos, deshidratados y padecían frío, apuntó.
“En esas condiciones, cualquier enfermedad infecciosa puede matar”, afirmó.
La historia de ese ataque a Rusia inspiró “La Guerra y la Paz”, de Tolstói y ha fascinado a los historiadores. Cuando el ejército de Napoleón llegó a Moscú, encontró una ciudad destruida intencionalmente. Los moscovitas la habían incendiado. No había comida ni provisiones. Los soldados pronto “suplicaban por un trozo de pan, por lino o piel de oveja y, sobre todo, por zapatos”, reza un relato.
En octubre, Napoleón ordenó la retirada. Pero los hombres debilitados se enfrentaban a un invierno helado y escasez de alimentos. Las condiciones eran tan debilitantes que afecciones que por lo normal sólo causaban malestar, pero no la muerte, podían ser fatales. Los soldados enfermos morían, al desplomarse a lo largo del paisaje helado.
La fiebre de las trincheras, descubierta en restos de piojos
JRL de Kirckhoff, un médico francés presente durante la campaña, enumeró tifus, diarrea, disentería, fiebre, neumonía e ictericia como los males que aquejaban a los hombres.
En el 2006, en un primer intento por entender la naturaleza de las afecciones de los soldados, otro grupo de investigadores informó el hallazgo de fragmentos de piojos en la tierra de la fosa común de Vilna. Tres de estos piojos portaban la bacteria de la fiebre de las trincheras.
También dijeron haber encontrado la bacteria del tifus en los dientes de tres hombres y la bacteria de la fiebre de las trincheras en los dientes de siete de ellos. No obstante, el estudio fue realizado cuando la tecnología para analizar fragmentos de ADN antiguo no estaba bien desarrollada, lo que hace que sus hallazgos no sean del todo definitivos.
Los escritos de Kirckhoff y la ciencia actual apuntan a la misma conclusión: no fueron las heridas de batalla las que mataron a la mayoría de estos hombres. Fue el hambre y las temperaturas gélidas las que propiciaron las muertes por enfermedades infecciosas.
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