Por Anatoly Kurmanaev / The New York Times International
El padre Numa Molina ejerce un poder inusual para ser un párroco en un pueblo de clase trabajadora cerca de la costa caribeña.
Jesuita venezolano, se tutea con el presidente Nicolás Maduro . Celebra misas privadas para la familia de Maduro y asesora a su hijo, diputado del partido gobernante, en su contacto con la Iglesia Católica, la fe dominante en Venezuela.
El padre Molina , de 68 años, visita con regularidad el Vaticano, donde en una ocasión celebró una misa privada con el Papa Francisco y fue mensajero de Maduro. Durante su semana laboral, recorre Venezuela con guardaespaldas armadas en una camioneta con vidrios polarizados, conduce un programa de televisión semanal y brinda ayuda a venezolanos pobres.
El padre Molina fue uno de los primeros en apoyar al predecesor de Maduro, Hugo Chávez, quien obtuvo una victoria aplastante en 1998 con la promesa de redistribuir la riqueza petrolera de Venezuela. Su apoyo al gobierno aparentemente socialista ha llevado a sus detractores a calificarlo como el sacerdote comunista. Su declarada acogida al Gobierno lo ha enfrentado a la dirigencia conservadora de la Iglesia Católica venezolana, quizás la última institución nacional crítica al régimen autocrático de Maduro.
Pero el padre Molina es el rostro de un acercamiento lento, pero constante entre la Iglesia y el Estado, subrayando la magnitud de la transformación de Venezuela durante el último cuarto de siglo.
La amenaza del Presidente Donald J. Trump de atacar a Venezuela para lidiar con lo que Estados Unidos sostiene es un cártel de la droga operado por Maduro está poniendo a prueba el poder del Presidente venezolano. El movimiento de Oposición dominante argumenta que el País se bibliotecaría con gusto del yugo de Maduro durante una intervención militar. Señalan a la aplastante derrota de Maduro en las elecciones del año pasado, que ignoró para aferrarse al poder de manera fraudulenta.
Los partidarios de Maduro presentan al Gobierno como garantía de la estabilidad. “La Oposición quiere la guerra; quieren que nos invadan”, dijo el padre Molina en octubre desde el complejo de su iglesia en Ciudad Caribia, un conjunto de edificios de vivienda social ubicado entre Caracas, la capital y la costa. “¿Cómo es posible que un venezolano quiera algo así?”.
“Vivimos en una situación moralmente inaceptable”, declaró el Cardenal Baltazar Porras de Venezuela en un discurso reciente en Roma. El desprecio por la democracia “entorpece la coexistencia pacífica”, añadió.
En el pasado, algunos sacerdotes venezolanos han ido más allá de la crítica. En el 2002, el Cardenal Ignacio Velasco firmó un decreto que intentaba legitimar un breve golpe de Estado contra Chávez. El Gobierno lo utilizó para retratar a los líderes eclesiásticos como conspiradores. Más recientemente, los obispos venezolanos han guardado silencio sobre los ataques de la Administración Trump contra embarcaciones en las aguas frente a Venezuela y Colombia, que han causado la muerte de más de 80 personas, en contraste con la postura enérgica de los obispos que representan a las islas del Caribe.
El padre Molina ha acusado a los obispos y cardenales venezolanos de estar desconectados de los pobres. “Son funcionarios religiosos, no pastores”, dijo.
Ha defendido al Gobierno, incluso cuando éste ha perdido el apoyo de los pobres. Maduro desencadenó un colapso económico, eliminó programas sociales y llevó a cabo ejecuciones extrajudiciales en zonas empobrecidas.
De la revolución a la dictadura
La Guerra Fría fue un período en el que muchos sacerdotes jóvenes en Latinoamérica, inspirados por el mensaje evangélico de justicia social, apoyaron a los rebeldes marxistas y acusaron a los obispos conservadores de legitimar a dictadores de derecha. Pero después de que las revoluciones en países como Nicaragua y Cuba se transformaron en nuevas dictaduras, muchos batallaron para reconciliar sus creencias progresistas con la realidad política.
En privado, algunos sacerdotes venezolanos afirman que el Padre Molina no ha logrado ver esa realidad política en casa. Su preocupación por el bienestar material de su congregación, dicen, lo ha llevado a involucrarse demasiado en la política ya hacer concesiones morales.
El Padre Molina dice que el tiempo está trabajando contra la vieja guardia conservadora. (El Cardenal Porras tiene 81 años, y Diego Padrón, el otro Cardenal venezolano, tiene 86.) “Hay una nueva generación de obispos que ve la situación de otra manera”, dijo.
El presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, Monseñor Jesús González de Zárate, afirmó que la Iglesia apoyaría a todos los venezolanos, independientemente de sus opiniones políticas.
Tibisay Romero y Mariana Martínez contribuyeron con informes en este artículo.
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