The New York Times
Por: William J. Broad/The New York Times
La batalla de Enrico Fermi contra el cáncer llegaba a su fin en 1954 cuando recibió una visita.
Fermi, premio Nobel de Física, había huido del fascismo en Europa y se había convertido en uno de los fundadores de la era nuclear, contribuyendo a la creación del primer reactor y la primera bomba atómica del mundo.
El visitante, Richard L. Garwin, había sido alumno de Fermi en la Universidad de Chicago, y éste lo había llamado “el único verdadero genio que he conocido”.
Ahora, había hecho algo que en aquel momento sólo Fermi y un puñado de otros expertos conocían. Ni siquiera su familia lo sabía. Tres años antes, el joven prodigio, que entonces tenía 23 años, había diseñado la primera bomba de hidrógeno del mundo, que trajo la furia de las estrellas a la Tierra.
En una prueba, explotó con una fuerza casi mil veces mayor que la bomba atómica que arrasó Hiroshima, con una potencia superior a la de todos los explosivos utilizados en la Segunda Guerra Mundial.
Fermi le confesó a su alumno un remordimiento. Sentía que su vida había involucrado muy poca participación en cuestiones de política pública. Murió pocas semanas después, a los 53 años.
Tras esa visita, Garwin emprendió un nuevo camino, considerando que los científicos nucleares tenían la responsabilidad de levantar la voz. Su determinación, le dijo más tarde a un historiador, surgió del deseo de honrar la memoria del científico al que más admiraba. “Tomé como modelo a Fermi en la medida de lo posible”, afirmó.
Garwin, el diseñador del arma más mortífera del mundo, falleció el 13 de mayo a los 97 años, dejando un legado de horrores nucleares que dedicó su vida a combatir. Pero también dejó un extraño enigma.
¿Por qué ocultó durante medio siglo lo que Fermi y una docena de Presidentes sabían?
Secreto
El enigma es particularmente curioso porque su papel central en la creación de la bomba de hidrógeno se convirtió en la fuerza motivadora que lo impulsó hacia adelante, que lo ayudó a convertir los arrepentimientos de Fermi en una vida de activismo, que lo convirtió en un discreto gigante del control de armas nucleares.
“Si pudiera agitar una varita mágica” para hacer desaparecer la bomba de hidrógeno, me dijo una vez, “lo haría”.
En un destello cegador, la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima mató a al menos 70 mil personas. Mortal como ninguna otra arma anterior, era bastante limitada en comparación con la superarma de Garwin. Una versión propuesta tenía la fuerza de más de 600 mil Hiroshimas. Analistas de la Guerra Fría juzgaron que podría reducir a cenizas una región del tamaño de Francia. Podría acabar con la civilización.
Esa bomba no fue la única hazaña del prodigioso intelecto de Garwin. Hizo descubrimientos fundamentales sobre la estructura del universo, sentó las bases para maravillas en la atención médica y la computación, y ganó numerosos premios. Amplió las fronteras de la astronomía, la física y los superconductores.
Pero lo que lo motivó no fue su don para crear maravillas científicas, sino una cruzada personal para salvar al mundo de su propia creación.
Garwin no asumió ninguna responsabilidad personal ni moral por la creación de la bomba de hidrógeno. Argumentó que su nacimiento era inevitable. “Quizás aceleré su desarrollo uno o dos años”, dijo en 2021. “Eso es todo”.
Los historiadores de la época tienden a coincidir. La Unión Soviética siguió rápidamente su ejemplo pionero, al igual que media docena de otras naciones. Hoy las bombas de hidrógeno han reemplazado a las bombas atómicas en la mayoría de los arsenales, creando un mundo de tensos enfrentamientos entre enemigos.
Recibió premios del Presidente George W. Bush, un republicano, así como del Presidente Barack Obama, un demócrata.
“Nunca ha visto un problema que no quisiera resolver”, dijo Obama en el 2016 al entregarle a Garwin la Medalla Presidencial de la Libertad, el máximo honor civil de Estados Unidos.
La vida de Garwin puede verse como una historia de genio en la que manifestaciones clave quedaron ocultas por un muro de silencio. ¿Por qué tardó tanto en contarle a su familia sobre su participación en la bomba H? ¿Intentaba proteger a sus seres queridos de las críticas?
En nuestra última entrevista, Garwin comentó que le preocupaba que familiares habladores pudieran, sin querer, ponerlo en el radar de agencias de inteligencia extranjeras deseosas por descubrir secretos de la bomba de hidrógeno. Esa preocupación, añadió, lo atormentaba.
“Aún me preocupa”, dijo en su casa en Scarsdale, Nueva York, un día de invierno. Miró por la ventana.
“Podrían estar escuchando ahora”.
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