The New York Times
Por: Alan Yuhas/The New York Times
Los arqueólogos trabajaban a la sombra de imponentes ruinas mayas, perforando el suelo de una estructura que habían revisado años antes.
Debajo, encontraron una cámara aún más antigua, que aún contenía un cuerpo y los tesoros con los que había sido enterrado.
Se trataba de la tumba de un gobernante maya de 1700 años de antigüedad, la primera hallada en Caracol, el sitio maya más grande de Belice.
Arlen Chase, un arqueólogo, fue uno de los primeros en entrar a la tumba.
Por el estilo de las vasijas de cerámica, supo que la tumba era excepcionalmente antigua. Por la abundancia de cinabrio rojo, supo que pertenecía a alguien de muy alto estatus.
Pero fue una máscara mortuoria de mosaico, hecha con piezas de jadeíta, lo que lo hizo comprender lo inusual de la tumba. Diane Chase, su esposa y arqueóloga, se dirigió rápidamente de su base en la Universidad de Houston, en Texas, para evaluar el hallazgo.
“Jamás habíamos encontrado a nadie que pudiéramos identificar como gobernante en Caracol, así que eso en sí fue increíble”, dijo Diane Chase. Y, “¡doblemente sorprendente!”, añadió, el gobernante pudo ser identificado como el fundador de una dinastía.
Lujos
El gobernante había sido enterrado con tres pares de orejeras de jadeíta, un lujo extraordinario para la élite maya, y una variedad de vasijas de cerámica.
“Es algo que nunca habíamos visto antes”, dijo Arlen Chase sobre algunos de los diseños.
Mediante jeroglíficos, los arqueólogos identificaron al gobernante como Te K’ab Chak, quien ascendió al trono en el año 331 d.C. Gobernó Caracol mientras ésta se convertía en una ciudad más grande, dijeron los Chase, pero siglos antes de su apogeo como potencia regional con una población estimada de 100 mil habitantes. Al igual que otras ciudades mayas, fue abandonada alrededor del año 900 d.C.
Algunos de los artefactos se asemejan mucho a los de otros dos entierros en Caracol, que datan de alrededor del año 350 d.C., dijeron los Chase. Uno de ellos también contenía restos humanos cremados, cuchillas de obsidiana verde del centro de México y un proyectil para un átlatl, utilizado para lanzar lanzas, el tipo de objeto que a menudo se asocia con Teotihuacán, una antigua metrópolis a casi mil 200 kilómetros al norte. La cremación era una práctica de la alta sociedad teotihuacana, pero no de la élite maya.
La evidencia, argumentan los Chase, sugiere que los primeros mayas tuvieron contacto con los pueblos del centro de México décadas antes de lo que se creía, pese a las grandes distancias geográficas. Es probable que se necesitaran más de 150 días para caminar desde Teotihuacán hasta Caracol en la época de Te K’ab Chak.
Los artefactos muestran que estas ciudades no sólo se conocían entre sí, sino que también interactuaban, quizás con enviados de las más altas esferas de la sociedad, dijeron los Chase, una señal de lo que denominaron un mundo antiguo “globalizado” de comercio y diplomacia.
Los Chase creen que los artefactos indican relaciones prolongadas de los mayas con Teotihuacán décadas antes del 378 d.C., un momento a menudo llamado la “entrada”, que algunos arqueólogos creen señala la llegada de los habitantes del centro de México a las tierras bajas del sur.
Cuándo, cómo y dónde precisamente interactuaban todas estas ciudades, será casi con toda seguridad un tema de debate, en parte porque el grado de precisión que ofrece la tecnología de datación es limitado.
“Hay mucho más relacionado con esta historia que nos llevará más tiempo desentrañar”, dijo Diane Chase.
Pero Rosemary Joyce, antropóloga en la Universidad de California, en Berkeley, dijo que estaba de acuerdo con su retrato de una Mesoamérica compleja.
“Es mucho más probable que Teotihuacán buscara relaciones con muchos lugares”, dijo, en lugar de un escenario en el que alguien del centro de México llegara a una sola ciudad maya y “de repente todo haya cambiado”.
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