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Animales en cadena perpetua   

  • 14 enero 2017 /

Muchos zoos incumplen su función conservacionista y se convierten en una tortura para la fauna.

    California, Estados Unidos

    Muchos parques zoológicos parecen auténticas cárceles. Algunos son meras colecciones de animales, que se exponen al público en lugares donde no existe una estructura para satisfacer las necesidades más elementales de las bestias, las cuales fuera de su ambiente sufren síndromes depresivos y autodestructivos, lo que hace que los estudios de su comportamiento no sean fiables del todo.

    En esos lugares, denunciados por las organizaciones ecologistas y de defensa de los derechos de los animales, fuera de su ambiente, hacinados y sin cuidados ni condiciones mínimas, los animales enloquecen, se deprimen, se autolesionan e incluso se suicidan.

    En buena parte de los zoológicos de todo el mundo, algunos mezcla de cárcel y parque de atracciones, las bestias sobreviven amontonadas, sin cuidados especializados ni respuestas mínimas a sus necesidades, como “condenados a cadena perpetua”, sin derechos ni alegrías.

    Muchos de estos establecimientos, considerados “un mal necesario”, por sus defensores, y verdaderas “cárceles para animales”, según sus detractores, ni siquiera cumplen las funciones básicas para las que han sido construidos: acercar los animales al público, investigar las costumbres de la fauna y conservar las especies en peligro de extinción.

    Trastornos de la cautividad

    En general, la vida en cautividad produce en los animales trastornos hormonales que alteran su capacidad reproductora y conductas maternales, señala el veterinario español Manuel López.

    El doctor López recuerda el caso de una cría de gorila que debió ser separada de su madre porque ésta la trataba como a una muñeca; y que varios cachorros de guepardo murieron por la desatención de sus padres, ya que los ciclos vitales de estos felinos africanos se alteran al cambiar el clima.

    Estos casos no son los únicos ni los peores. Un ejemplo que tuvo amplia repercusión en los medios de comunicación, se produjo en la década de 1990, con la orca Ulises, un macho de 16 años en cautiverio en el Zoo de Barcelona, aunque no debido a las deficiencias del zoológico, que está bien estructurado, sino al desconocimiento de las necesidades del animal.

    Este cetáceo comenzó a mostrar síntomas de que estaba enloqueciendo debido a sus inadecuadas condiciones de vida, llegando a morderse la lengua e intentar morder a sus cuidadores y al delfín que la acompañaba en su espectáculo diario, que se ofrecía ante centenares de personas cada jornada.

    Según los expertos en la vida de los cetáceos, pese a su fama de “ballena asesina” la orca es un animal inteligente y comunicativo, con una vida familiar rica y compleja, cuando se halla en libertad, pero su comportamiento es muy diferente en cautiverio. Esta situación la demostró Ulises, que mostraba un carácter inestable y amenazaba con volverse agresivo, debido a su soledad, el estrés, la estrechez de su piscina, los ruidos y su obligada castidad, en pleno período de madurez sexual. “Para una orca la cautividad es un sufrimiento irritante, tenso y aburrido que desarrolla agresividad; algo parecido a lo que un hombre sufriría si viviera permanentemente en una habitación llena de espejos de 3 por 2 por 2 metros”, según el profesor M. Whitehead, de la Universidad de Dalhoise, de Canadá.

    Colecciones de animales

    Construidos con objetivos declaradamente educativos y científicos, y sin una legislación que los controle en algunos países, muchos zoológicos son meras colecciones de animales, que se exponen al público en lugares donde no existe una mínima estructura para satisfacer sus necesidades más elementales. Además, a los animales enjaulados en un parque zoológico los afectan distintos síndromes depresivos y autodestructivos, ya que se encuentran fuera de su ambiente. Esta circunstancia hace que los estudios de su comportamiento no sean fiables del todo.

    En muchos países, además de los zoológicos oficiales, funcionan zoos privados, verdaderas “cárceles de animales”, donde estos viven hacinados, en jaulas sucias, sin el control de biólogos o veterinarios que planifiquen su cría, alimentación, cuiden su salud ni recreen su ambiente, según un reciente estudio de las organizaciones ecologistas Adena y WWF. Para estas organizaciones, las condiciones de los animales no son mucho mejores en los denominados “safari-park”, donde la fauna está en semilibertad, fuera de las jaulas, pero está menos controlada, sin garantías de que se la alimente adecuadamente o expuesta a los actos vandálicos de los visitantes.

    Los zoológicos deben dedicarse a la conservación, protección, educación e investigación; y sólo deben admitir animales en cautividad si han nacido así, o si su especie está amenazada en su hábitat original o existe un programa de cría en cautividad viable, científico y riguroso, solicita Adena-WWF. EFE