Miles de católicos, responsables eclesiásticos y el presidente de Haití, René Préval, participaron ayer del funeral del arzobispo de Puerto Príncipe, Monseñor Serge Joseph Miot, víctima del terremoto del pasado 12 de enero.
La misa al aire libre tuvo lugar cerca de la catedral devastada por el sismo y duró unas dos horas y media, puntuada por los cantos de los fieles.
El cadáver de monseñor Miot, de 63 años, fue descubierto bajo los escombros de su residencia, cercana a la catedral, el día después de la catástrofe.
El ataúd del prelado estuvo abierto durante la mañana; a su lado se encontraban los restos del vicario general de Puerto Príncipe, Monseñor Charles Benoit, quién también falleció a causa del terremoto.
Un cortejo fúnebre recorrió las calles de la capital haitiana transportando los restos de monseñor Miot, antes de que éstos fueran trasladados a la provincia de Lillavois, donde recibirán sepultura provisional.
Familiares de las víctimas
Suze podrá de una vez por todas descansar, lavarse y dejar de vivir entre los heridos, los saqueadores y las ratas, porque accedió a una de las primeras grandes carpas que se erigieron en el centro de la devastada capital de Haití.
Suze suspiró aliviada; finalmente podrá llorar a su hermana, una de las más de 110,000 personas que murieron en el devastador terremoto del 12 de enero.
Cuando entró a la carpa que los militares franceses habían destinado para su familia, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Suze Jean-François se acuesta sobre la tela inmaculada y alisa un pliegue con su mano. La confusa conmoción de sábanas y lonas en el campamento improvisado en la gran plaza Champs de Mars, donde unos diez mil refugiados viven en la miseria desde el sismo, ahora parece tan solo una pesadilla.
“Nuestra patética y horrorosa vida ahora parece más fácil. Parece que finalmente podré dormir esta noche”, dijo.
Desde que el sismo azotó a su país, Suze, una jardinera de 28 años, dormía sobre un bloque de hormigón con su madre, su madrina, sus hermanas de 15 y 16 años, su hermano -un estudiante de 26 años- una niña de dos años y sus primos.
Desprotegida
No tenían siquiera una sábana para protegerse del fuerte sol caribeño durante el día o de las frías noches.
Eran víctimas de los mirones cuando se bañaban, de hombres jóvenes que intentaban acercarse a las jóvenes mujeres, de las ratas que se escabullían por el campamento desparramando basura y excremento durante días.
Se escondían para comer sin temor o vergüenza cuando finalmente obtenían algo mientras tantos otros aún permanecían hambrientos y deshidratados.
“No podía dormir con todas estas preocupaciones”, explicó Suze.
Su rol es un poco como el del hombre de la casa. Su padre los dejó hace mucho tiempo por otra mujer. Su hermano no logra reaccionar.
Su madre y su madrina se rindieron ante el dolor, incapaces de sobreponerse a la muerte de su hermana Stephania, de 23 años, cuyo cadáver yace bajo los escombros de una escuela.
Los militares dieron prioridad a las grandes familias con niños y enfermos. En un rincón, la madrina de Suze observa las carpas, con su mente dispersa, pensando en Stephania.
“Me siento completamente desmoralizada. No tengo energía. Sí, por supuesto, tener una carpa se siente bien. Podré llorar en paz”, dijo Mary Fadette, una comerciante de 50 años.