San Pedro Sula, Honduras.
Creció en el barrio Los Andes bajando mangos en los solares baldíos. También con la música sonándole en los oídos porque su padre tenía los estudios de su orquesta dentro de la casa.
Alfonso Flores heredó el nombre, el talento y la fama de su padre, dueño de la banda Los Gatos Bravos en los tiempos de oro de la música orquestal.
El pequeño Alfonso dormía arrullado por una lluvia de notas musicales que fluían de la orquesta Tropical, la primera que tuvo el viejo Fonchín.
“La familia desayunaba, almorzaba y cenaba música”, pues el jefe de la familia mantenía sonando a Frank Sinatra, Glen Miller o Nancy Wilson cuando no estaba practicando con sus músicos.
La carrera musical del segundo Fonchín comenzó mientras cursaba el tercer grado de la Escuela Rodolfo Rojas, en donde formó su primer conjunto con la ayuda de su padre.
“Lo hicimos con palos y con latas. Mi papá construyó la batería con una tina grande, la que tapó con una cuerina verde y le adaptó platillos de metal”.
Alfonso cantaba, mientras los compañeros del grupo hacían sonar los rudimentarios instrumentos musicales.
A los diez años de edad ya cantaba en los anfiteatros que se realizaban en la ciudad durante los eventos festivos, animados por famosos como Víctor Manuel Rodríguez Barrios y óscar Cobos.
Por ese tiempo hizo su primera gira internacional con los Gatos Bravos. Se presentaron en un espectáculo en Nueva York en el que participaron artistas como Celia Cruz y la Sonora Matancera.
Flores y otros seis jóvenes sampedranos fueron los primeros músicos en viajar a El Salvador en carácter de invitados después de la guerra entre Honduras y el vecino país.
Ocho años después de la llamada “guerra del fútbol”, las relaciones entre los dos países seguían muertas, por lo que persistía el temor entre la gente de traspasar la línea fronteriza. “No sé cómo nuestros padres nos dieron permiso, si éramos unos cipotes de 15 o 16 años”, reflexiona ahora Fonchín.
Cuando los agentes aduaneros de El Poy los vieron llegar cargando los instrumentos, asustados les preguntaron qué andaban haciendo. Los dejaron pasar porque portaban el permiso extendido en el batallón de Santa Rosa de Copán.
Caminaron por una zona neutral mientras eran observados con anteojos de larga vista desde el otro lado. Sin embargo, los militares salvadoreños no los detuvieron. Más bien los mandaron a dejar en un camión a la capital, al ver la carta de invitación enviada a los muchachos por el Conservatorio de El Salvador para que tocaran en un campamento de música sinfónica.
Esas satisfacciones solamente han sido superadas por la de desarrollar un proyecto para jóvenes en la colonia Colvisula: la Banda Sinfónica Juvenil, que forma instructores en educación musical.
La herencia musical de los Flores sigue desbordada. La menor de las hijas de Fonchín y su esposa Xiomara García, Luna María, de siete años, destaca como aplaudida cantante y excelsa violinista.
Creció en el barrio Los Andes bajando mangos en los solares baldíos. También con la música sonándole en los oídos porque su padre tenía los estudios de su orquesta dentro de la casa.
Alfonso Flores heredó el nombre, el talento y la fama de su padre, dueño de la banda Los Gatos Bravos en los tiempos de oro de la música orquestal.
El pequeño Alfonso dormía arrullado por una lluvia de notas musicales que fluían de la orquesta Tropical, la primera que tuvo el viejo Fonchín.
“La familia desayunaba, almorzaba y cenaba música”, pues el jefe de la familia mantenía sonando a Frank Sinatra, Glen Miller o Nancy Wilson cuando no estaba practicando con sus músicos.
La carrera musical del segundo Fonchín comenzó mientras cursaba el tercer grado de la Escuela Rodolfo Rojas, en donde formó su primer conjunto con la ayuda de su padre.
Alternó con artistas del país y el mundo como Julio Iglesias.
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Alfonso cantaba, mientras los compañeros del grupo hacían sonar los rudimentarios instrumentos musicales.
A los diez años de edad ya cantaba en los anfiteatros que se realizaban en la ciudad durante los eventos festivos, animados por famosos como Víctor Manuel Rodríguez Barrios y óscar Cobos.
Por ese tiempo hizo su primera gira internacional con los Gatos Bravos. Se presentaron en un espectáculo en Nueva York en el que participaron artistas como Celia Cruz y la Sonora Matancera.
Flores y otros seis jóvenes sampedranos fueron los primeros músicos en viajar a El Salvador en carácter de invitados después de la guerra entre Honduras y el vecino país.
Comparte honores con su hija Luna.
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Cuando los agentes aduaneros de El Poy los vieron llegar cargando los instrumentos, asustados les preguntaron qué andaban haciendo. Los dejaron pasar porque portaban el permiso extendido en el batallón de Santa Rosa de Copán.
Caminaron por una zona neutral mientras eran observados con anteojos de larga vista desde el otro lado. Sin embargo, los militares salvadoreños no los detuvieron. Más bien los mandaron a dejar en un camión a la capital, al ver la carta de invitación enviada a los muchachos por el Conservatorio de El Salvador para que tocaran en un campamento de música sinfónica.
Esas satisfacciones solamente han sido superadas por la de desarrollar un proyecto para jóvenes en la colonia Colvisula: la Banda Sinfónica Juvenil, que forma instructores en educación musical.
La herencia musical de los Flores sigue desbordada. La menor de las hijas de Fonchín y su esposa Xiomara García, Luna María, de siete años, destaca como aplaudida cantante y excelsa violinista.
Piensa que pudo haber hecho más como director de Cultura y Turismo de la Municipalidad sampedrana, de 2007 a 2014.
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