06/12/2025
06:18 PM

Atol chuco, alimento popular en occidente

Un amanecer en Santa Rosa de Copán, Ocotepeque o en La Esperanza, Intibucá, no tiene sentido sin la degustación de un huacal de atol chuco.

Un amanecer en Santa Rosa de Copán, Ocotepeque o en La Esperanza, Intibucá, no tiene sentido sin la degustación de un huacal de atol chuco.

Esta bebida, que también se conoce como el “desayuno del pobre”, es una nutritiva mezcla de harina de maíz seco combinada con semilla molida de ayote o calabaza. Ambos ingredientes se mezclan cuando ya el atol de maíz se ha cocinado. La semilla de ayote tostada en comal y luego molida es conocida como aiguaste. El atol tiene un exquisito sabor, más bien parecido a un consomé de harina de maíz, el cual condimentado con el olor y sabor de la semilla de ayote resulta al paladar un manjar fuera de serie. Por lo general se le agrega como aderezo unas cucharadas de frijoles cocidos y se sirve con un elote de maíz tierno sancochado.

Algunos consumidores que les gusta el sabor picante le agregan un concentrado de chile de árbol o salsa picante. El padre nutricionista Fausto Milla, de Santa Rosa de Copán, dice que el atol chuco es un alimento completo porque proporciona la proteína del maíz, el hierro de los frijoles y la vitamina C del jugo de limón con el cual también se adereza. Una de las vendedoras de este alimento más conocidas en Santa Rosa de Copán es doña Toya, tan famosa como doña Olimpia en la elaboración del chanchito horneado.
Origen

El atol chuco, conocido también como atol agrio, es propio de las comunidades fronterizas con El Salvador. Por eso se cree que comenzó a consumirse en el vecino país.

Se desconoce desde cuando data este exquisito platillo en las costumbres culinarias tradicionales, pero se asume que los primeros asentamientos de indígenas en Honduras y El Salvador lo preparaban en fiestas populares de sus propias comunidades y le llamaban tátuk-ayúxuac-ét que en la lengua maya significaba bebida caliente de maíz, ayote y frijoles.

En El Salvador no es extraño ver en las esquinas de los barrios humildes, alrededor de las 5 de la mañana, señoras que se ubican en su banca con una mesita improvisada a vender el delicioso atol chuco y algunas ocupan el recipiente original pipil, al cual se le llama huacal de morro.

Hay quienes han cambiado el recipiente original por el vaso desechable o por una bolsa plástica porque es más barato, aunque el gusto está en tomarlo a sorbos del huacal, dicen los amantes de esta bebida. Los transeúntes, los obreros de la industria y los campesinos que por lo general comienzan sus labores temprano por la mañana, llegan hasta “La Chuquera”, uno de los populares sitios donde venden el atol en Santa Rosa de Copán, y religiosamente piden el respectivo chuco que los sustenta hasta la hora del almuerzo. Esa costumbre tan arraigada ha saltado fronteras, al igual que los hondureños y salvadoreños, y llegado a lugares lejanos e insospechados de la mano de modernas “chuqueras” que aprendieron la receta original de su madre o su abuela.

Está en Los ángeles

En una calle de Los Angeles, California, se encuentra Sandra Morales, salvadoreña, originaria de Chalatenango, quien madruga a llevarle a sus clientes el exquisito y típico platillo centroamericano.

Esta “chuquera” aprendió este arte culinario de darle sabor a ese atol de la misma forma en que lo hacía su madre y el cual hace la delicia para cientos de salvadoreños y hondureños madrugadores que llegan hasta el sitio a tomarlo “para calentar la panza”.

Sandra dijo que se le había hecho muy difícil obtener empleo pues no tiene permiso de trabajo, y actualmente el departamento de Inmigración de Estados Unidos no está dando la oportunidad a nadie para que pueda obtener un trabajo en Los ángeles. “Hacer atol chuco y venderlo a los que gustan de esta bebida fue mi única salida para poder recoger dinero y enviarle a mi madre que aún se encuentra en Chalatenango en una situación económicamente muy difícil”, dijo la señora. “Después de agradecer a Dios porque me dé un día más de vida y la oportunidad de venir a vender el chuco a mis clientes, también pido que me aleje a los policías de Los ángeles, pues si me encuentran vendiendo sin permiso no solamente me tiran todo el atol a la basura, sino que también me ponen una multa de más de doscientos dólares que -sin tener ingresos de otro lado- me daría muchos problemas pagarla”, relató doña Sandra.

Rumbo a EUA

Este atol es un alimento típico que aún no se exporta a Estados Unidos como el casabe de las etnias garífunas que ya se consume en aquel gran mercado. Por eso es posible que algunos hondureños que viajan al país del norte quieran llevarlo en sus maletas, como dice Guillermo Anderson en su canción El Encarguito. “Ojalá pase la aduana... un atol chuco y mistela /pan de yema y pan de rosa /cocadas y colaciones/ chiricoyas y melcochas”, dice en su canción Anderson. No se descarta que en el futuro algún ingenioso artesano hondureño lo envase con el correspondiente permiso sanitario para que pueda ser consumido sin restricciones por los inmigrantes hondureños y salvadoreños que añoran los alimentos típicos de sus respectivos países en Estados Unidos.