Era Real Madrid contra Barcelona. Un Lakers-Celtics. Un Yankees-Red Sox, Nadal frente a Federer, Lewis Hamilton cara a cara con Verstappen. Un Brady-Peyton Manning. Lebron contra Jordan. Era Muhammed Ali puño a puño con Joe Frazier.
La audiencia televisiva en Estados Unidos en su pico más alto, en horario “prime”, y enfrente de él, Josh Allen, el tipo bueno y simpático del momento, el MVP 2025, y el que para la mayoría de entendidos y “haters” de Mahomes iba a a acabar con su reinado.
Pero, ya saben como terminan las historias de estos juegos Chiefs-Bills en playoffs. Y el duelono defraudó. Fue el partidazo que se esperaba. Dos gladiadores buscando a sus mejores hombres, escogiendo su mejor repertorio de jugadas.
Pero, en los momentos cruciales, como casi siempre en los últimos años, la basuca o las piernas del número 15 de Kansas City decidieron el combate. Patrick lanzó para un pase de touch down y anotó dos él mismo por tierra.
Con el partido empatado 29 a 29 a falta de un poco de más de seis minutos para el final, Mahomes arrancó el “drive” que valió un boleto al Super Bowl. No fue “touch down”, pero dejó el ovoide en terreno de gol de campo para que su pateador Harrison Butker completara la faena.
El reloj marcaba que faltaban 3:39. Bills tenía la posesión. Era un “drive” para empatar o ganar el boletoal juego grande en Nueva Orleans.
Hacía mucho frío en Arrowhead. La tensión y el frío congelaban el cuerpo. Era el gran momento de Josh. Lo esperan el olimpo o la nada. La defensa de Chiefs se plantó a lo grande y lo contuvo cuando aún restaba 1:59 para el final.
Y vino él, el número 15, buzo blanco, camisa roja, vincha para prensar su frondosa caballera y toda su jerarquía para poner a sus “haters” en su sitio. Un uno y 10 le bastaba. Millones de ojos en los televisores. Unos deseando su caída y otros admirando su destreza.
Eligió perfecta la última jugada.La del jaque mate al bueno de Allen, o sea, coser y cantar. Celebrar, abrazarse con el viejo Andy Read, con sus compinches Worthy, Smith-Shuster, Travis Kelcey, Hollywood, Perine, Hopkins, Hunt e Ishia Pacheco.
Hasta él llegaron, a rendirle pleitesía, su contrincante derrotado, el Jugador Más Valioso de 2025, y el imperturbable Sean Mcdermott.
Todo iba perfecto. El champagne, el justo reconocimiento al mejor equipo de la temporada regular y los abrazos de miles vestidos de rojo que compartían su alegría y frenesí.
Pero, de pronto, aparecieron los “haters”. Estaban agazapados esperando su momento. Empezaron a inventar ayudas de los árbitros, a mostrar jugadas, que según ellos, favorecieron a los Chiefs. Fueron miles los anti, unos, los pocos, en televisión, y cientos a mares en redes sociales.
Conozco a muchos de ellos. Eran y son seguidores de Tom Brady. Sienten que Mahomes, si las lesiones lo respetan, y si sigue como hasta ahora, puede pulverizar el reinado del hasta ahora más grande de todos los tiempos.
Incluso, muchos se ruborizan y se enojan con los números de ambos en sus primeras siete temporadas: tres super bowl para Brady, tres para el de Kansas. 14 y 3 para el ídolo de Massachussets en postemporada, y 17 y 3 para el de Misuri. Tres títulos de conferencia para Tomasito y cuatro para Patricio.
Luego, hay otros “haters”, también contados por miles, admiradores de Josh Allen, Joe Burrow, Lamar Jackson y Justine Herbert, que no soportan ver a Patrick celebrar. Ellos despotrican contra las cebras y contra no sé qué, contra no sé quién y contra no sé por qué.
A pocas horas para el Super Bowl 59, miles de ellos, son ahora fans “a morir” de Jalen Hurts y las Águilas de Filadelfia. Y están ilusionados con ver caer al “Goat” del momento, mientras Britanny, su mujer, y Taylor Swift, la de Kelsey, preparan sus atuendos para la fiesta que paraliza a Estados Unidos y de la que él, en los últimos años, es su indiscutido rey.