A lo largo de la historia, en el fútbol siempre han existido jugadores de élite con privilegios que otros no recibieron.
Nadie puede negar que los Maradonas, Ronaldos, Ronaldinhos, Gascoines y Beckhams, por sólo nombrar a algunos, recibieron concesiones que les permitieron, entre otras cosas, llevar a cabo sus negocios, o mejor dicho, sus caprichos.
Pero todos estos futbolistas, e insisto en que la lista es más extensa, a la hora de ponerse el uniforme de su selección decían presente y eran abanderados y líderes de sus equipos. Jamás podré olvidar las circunstancias físicas en que Maradona tuvo que jugar el Mundial de Italia. Recibía hasta cinco o seis infiltraciones en su tobillo para poder estar ahí; lo mismo le pasó a Beckham, que en el Mundial 2002 hizo hasta lo imposible para ayudar a su selección.
Todos estos hechos indudablemente llenan de orgullo a todos los amantes de este deporte y, lógicamente, mucho más a los partidarios de su selección.
¿A qué viene toda esta introducción?
No sé cómo serán los pormenores en las otras selecciones centroamericanas, pero jugar en la selección hondureña creo que es una obligación no deseada, o más bien una carga que se mira hasta con desprecio.
Son muchos los hechos que desde que vivo en Honduras me permiten decir que la selección no es amada, que su camiseta no es respetada, que los colores de su bandera son solamente la combinación del blanco y azul con unas estrellas en el centro.
¿Por qué?
No lo sé, quizá por una cuestión de madurez, quizá por no tener espejos que sí hayan sido ejemplos (hablo en estos últimos tiempos), a lo mejor por presión de sus dirigentes, tal vez porque los federativos que gobiernan nuestro fútbol no son más que personajes que se lucran más que entregarse lisa y llanamente porque no nos mueve en lo más profundo de nuestro corazón defender en un campo de juego a la nación.
Ahora bien, con todo el respeto del mundo, en el fútbol hondureño no veo una sola estrella que esté a la altura de las que mencioné al comienzo de esta columna.
Creo que todos los futbolistas que militan en el ámbito local y el internacional son buenos jugadores. Algunos se destacan más que otros, pero ninguno es extraterrestre, y lo más lamentable es que ninguno de ellos le ha dado algo a su PAíS en lo que se refiere estrictamente a un campo de juego.
Hoy, cuando miro lo que le pasó al jugador Welcome en la Sub-23, siento dolor y a la vez ira.
No puedo comprender cómo el Sr. Yearwood, al que le guardo un grandísimo respeto, lo haya retirado de sus planes, me cuesta creer que no se le haya perdonado haber ido a una prueba en Francia.
Señores, no es que quiera defenderlo, pero es un chico que viene de un fútbol de tercera categoría; ¿cómo no va a aceptar una prueba en Europa?
No olvidemos que la historia dirá que Honduras es el campeón de la Concaf gracias a un golazo de este muchacho, el cual gritamos todos los que vivimos en este país.
Hoy este chico está pidiendo por favor que se le tenga en cuenta, hasta suplica que se lo convoque, pero desgraciadamente esto no va a suceder.
Qué pena que no se mida con la misma vara a todos los futbolistas. Ramón Núñez va y viene y no pasa nada, Thomas se encuentra o se encontraba en La Ceiba (esta columna la estoy escribiendo el día 6-7-08), Suazo, Palacios, Pavón, Guevara y Valladares, entre otros, en alguna oportunidad también nos abandonaron y hoy están allí.
¿Por qué entonces no perdonar a un muchacho que desea vestirse con la camiseta nacional?
La respuesta es muy simple.
No tiene el peso de los otros futbolistas; por esto nuestro fútbol siempre será... espero su respuesta.