Quizá su nombre no suene para muchos, pero el sábado anterior Cristhian Caballero realizó el sueño de su vida: dirigir al Marathón desde el banquillo. La suerte no lo acompañó. El equipo perdió 3-0 en su debut frente a Real Sociedad, pero detrás de este joven técnico nacional hay tremendas memorias. Esas son las que fuimos a desempolvar.
Toda historia tiene un comienzo que pocos conocen. La de este sampedrano de 32 años, en el fútbol inició hace 16 años, cuando dos directivos (Lester y Sergio) pagaron solo 200 lempiras para “ficharlo”.
Antes de eso asistía a la escuela por la mañana y por la tarde lustraba zapatos en el parque de La Lima. ¿Qué lo orilló a esto? Pues a los 9 años, las garras del alcohol le arrancaron a su padre. Su madre y él debieron salir adelante. “Vivíamos en una pobreza brava”, recuerda.
En 1999, con los sueños de un niño, se presentó al entrenamiento del equipo de Liga Mayor. Con los ingresos que lograba puliendo el calzado se costeaba el pasaje hasta San Pedro Sula. No corrió con la misma suerte de otros a pesar de sus condiciones como volante.
“Cuando vine el entrenador que estaba me cobraba 50 lempiras semanales, algo que no podía pagar. Hubo un momento en el que no tenía cómo pagar y no volví”. Después de que esto se supo tuvo una nueva oportunidad, pero “no me metía. Solo corría”.
Cinco minutos en la cancha y un tiro libre durante un colectivo le cambiaron la suerte cuando Ariel Sena se fijó en él. A la larga, sus aspiraciones de jugar en Liga Nacional fueron desapareciendo.
Sin embargo, la vida lo probaría en una posición que ahora considera privilegiada: el camerino. Fue Óscar Carballo quien lo introdujo a ese mundo. “Yo te voy a orientar”, le dijo. Meses después, su tutor se marchó y a Cristhian lo “ascendieron”.
“Estuve en un lugar en el que la mayoría de técnicos hondureños no estuvieron: 11 años en un camerino. Yo me di cuenta de cómo un entrenador caía bien o mal a un grupo. Cómo le sacaba el máximo provecho o no. Eso me ayudó a manejarlo”.
Este tiempo como utilero fue despertando poco a poco el “gusanito” de ser entrenador y alimentando su libro de anécdotas. ¿Ejemplos? “Para una final contra Motagua olvidé los tacos del goleador: Pompilio Cacho. Vale más que Denilson Costa siempre traía unos siete pares y le pedí que le prestara de los suyos”. Ese día, Cacho y Costa anotaron; Marathón fue campeón (2003).
Nueva etapa
Los años pasaban, él se dio cuenta y se puso a estudiar. “Empecé a conocer personas que marcaron mi vida, como Nigel Zúniga, Carlos Oliva y Víctor Coello. Ellos empezaron a hablarme de Dios y allí mi vida cambió'.
Estudió Administración de Empresas y se graduó. Apasionado por la preparación física se acercó a Miguel “Gallo” Mariano y a las ligas menores. Más tarde cursó los tres niveles para ser técnico y hoy “Cristhian Caballero no piensa en lustrarle los zapatos a un jugador, sino en enseñarle como persona y luego como profesional dentro del campo”, asegura.
| Cristhian ahora cumple un rol distinto dentro del camerino del Monstruo.
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En ese rol tiene conceptos claros: formar, entrenar y motivar. Sus espejos: Manolo Keosseián -“es un hombre que vas a ver trabajando como europeo. Es sencillo, fácil y directo. Motiva al jugador y esa es la parte que nos ha costado”, Primi Maradiaga y Chelato Uclés.
“Si quiero ser una persona de éxito, debo hacer las mismas cosas que hicieron ellos”, añade.
Y sigue: “Yo tuve compañeros que le serruchaban el piso al que lo trajo, por eso no trascendemos. Me gradué con una nueva generación. Hay gente preparándose; soy una de esas personas. Lastimosamente solo tenemos 10 equipos y hasta que no comencemos a hacer las cosas bien, el directivo no va a empezar a creer en nosotros. ¿Cómo tuvieron éxito Chelato o Primi? Porque saben trabajar y hacer un balance”.
Cuando fue separado Carlón Martínez, Mario Beata asumió el cargo y él se convirtió en asistente en Primera y DT en las reservas especiales.
“Ver a Berríos y Sabillón, a quienes les lavaba hasta el calzoncillo y les limpiaba los zapatos, lo hacía con amor porque siempre me ha gustado hacer las cosas bien. Ellos me han visto crecer y me dicen ‘mirá a este flaco, ahora me da órdenes’. Yo les digo: ‘Captalas; si no, vas para afuera’. Allí pasa a otro nivel de autoridad. Tampoco porque es Mario Berríos no le voy a gritar. No lo hacía, pero le decía ‘enano, presiona, corre’. Hay respeto y admiración porque saben de donde vengo”.
Joshua, su pequeño de tres años, comienza a inquietarse. Es tiempo de abandonar la entrevista, no sin decirle: “Enhorabuena”.