Hay palabras que hieren, que contaminan, que hacen mucho daño. Donald Trump, por ejemplo, ha estado repitiendo últimamente la frase de que “los inmigrantes están envenenando la sangre del país”.
Los dictadores, solos, nunca pueden ganar ni gobernar. Siempre necesitan de cómplices para realizar sus crímenes, y de amigos (dentro y fuera) para protegerlos.
México -que ha sido una nación tan machista, con miles de feminicidios y desaparecidas, y con una dolorosa desigualdad de género- por fin tendrá a una mujer en la presidencia.
Claro, es normal que haga mucho calor en el verano, que acaba de empezar. Pero no tanto calor. Ni tantas tormentas. Ni tanta lluvia. Ni tantas muertes. Ni tan altas temperaturas en los océanos. Ni tantos incendios. Ni amenazas de huracán en junio. Ni un clima tan impredecible, peligroso y extremo.
Hace unos días, cuando Donald Trump fue acusado criminalmente de 37 cargos por retener en su casa de Mar-A-Lago documentos secretos, cientos de sus simpatizantes salieron a protestar frente a la corte federal donde se presentó el expresidente. Éramos más periodistas que manifestantes. Pero sus gritos, su indignación y sus mensajes se escucharon fuerte.
Es una vieja y triste costumbre latinoamericana. Se trata de proteger al dictador, al asesino, al que debería estar en la cárcel pero que, por pura fuerza, trampas y abusos, está en el poder. Es increíble que en este 2023, dos presidentes elegidos democráticamente se presten para encubrir y apoyar a matones.
El legendario exfutbolista Gary Lineker tienes tres reglas antes de enviar un tuit: uno, nunca lo hace si ha tomado alcohol; dos, no tuitea si está enojado; y tres, si al releer el tuit antes de enviarlo tiene un uno por ciento de duda, no lo hace. Así se lo dijo en una entrevista al incisivo periodista Ros Atkins de la BBC de Londres.
Todos los que vivimos en Estados Unidos, pero que nacimos en el extranjero, hemos pasado por la misma experiencia. Alguien nos pregunta: “¿De dónde eres?”
Isabel II tuvo una vida de cuento. Pero hay que tener mucho cuidado con los cuentos de reinas y reyes. Independientemente de sus grandes logros profesionales y políticos durante siete décadas, y del enorme sacrificio personal, Elizabeth Alexandra Mary Windsor nació como princesa (de York) y se convirtió en reina en 1952 por el simple hecho de haber nacido dentro de la familia real británica. Nada más.