Agachado y con herramientas en mano, el general de bomberos Roberto Rodríguez Borjas construye un estante de madera y metal en las afueras de su casa.
Una leve llovizna cae en San Pedro Sula, pero a él no parece importarle. Se esfuerza por terminar el mueble para llevarlo a Chamelecón y entregarlo a una mujer con cinco hijos que perdió todo en las inundaciones, y que es parte de los 4 millones de hondureños afectados por las tormentas Eta y Iota en noviembre.
A sus 81 años, el fundador de los bomberos en la zona norte sigue demostrando que el don de servicio corre por sus venas. Lo preceden 53 años apagando fuego, rescatando personas y ayudando. Vive en una casa sencilla, sin lujos y con las paredes decoradas por el sinnúmero de reconocimientos recibidos y las fotografías con personalidades nacionales e internacionales con quienes compartió en su labor.
Pero dejó la comodidad de su casa al conocer los desastres que Eta provocó en La Lima, San Pedro Sula, Chamelecón y alrededores. Tomó su lancha y se dispuso a trabajar sin importarle más que servir a los demás. Por tres días se dedicó a salvar vidas y hoy confiesa que en su vida como bombero le ha tocado ver y atender de todo, pero nunca imaginó que el valle de Sula resultara afectado de esa manera con un impacto más grave que cuando el Mitch afectó el territorio hondureño en octubre de 1998.
“He atendido muchas emergencias, pero esto es histórico porque ni siquiera podíamos pasar para el aeropuerto y La Lima, había corrientes que nunca había visto, pero a mí me deja la satisfacción del deber cumplido”.
Rescató a centenares de personas que sin duda agradecen y reconocen el valor del bombero. No tiene miedo que Dios lo hizo rescatista y lo seguirá siendo hasta que tenga fuerza.
Este 31 de diciembre cumple 82 años y no se siente viejo porque tiene espíritu para seguir. El eterno comandante, considerado un héroe, destacó la labor de sus compañeros apagafuegos, sobre todo del voluntariado, además de todas las instituciones y personas particulares que sin esperar nada a cambio llegaron a los sitios inundados a rescatar personas.
Fueron miles de personas las rescatadas, dice modestamente el general en condición de retiro, reconociendo que él solo fue uno más ayudando.
Don Roberto destaca esa solidaridad que surgió de todos lados tras las tormentas Eta y Iota. Las familias, los amigos, las empresas, las iglesias, organizaciones, fundaciones, medios de comunicación, escuelas, clubes y personas particulares, pescadores con sus canoas y lanchas, comenzaron a dar lo que podían. Todos unieron esfuerzos y lo siguen haciendo demostrando que Honduras es un pueblo solidario ante las tragedias.
Esperanza
Esa solidaridad que nació generó esperanza en medio del dolor y la tragedia. Monseñor Ángel Garachana dice que se han desbordado los ríos y estamos anegados, pero también se han desbordado los corazones y estamos inundados de solidaridad.“Miles de familias abrieron sus corazones y sus puertas a familiares, amigos, conocidos o sencillamente damnificados. En la necesidad recuperamos la hospitalidad. La familia ayuda a la familia”, recalca monseñor Ángel.
Muchas personas se convirtieron en héroes y heroínas por el trabajo que siguen realizando. No solo nacionales sino organizaciones y hondureños en el extranjero que unieron fuerzas y aportan su granito de arena para apoyar a las miles de personas damnificadas.
Personas como José Zúniga, de Río Chiquito en El Progreso, Yoro, también se convirtió en un héroe anónimo. Salvó a más de 300 personas de morir ahogadas sin importarle su situación. También lo perdió todo. Todos los miembros de su aldea se refugiaron en un bordo cuando el río se desbordó. Fue entonces que José y un compadre evacuaron a más de 300 personas. “Ellos son nuestros héroes”, dicen los pobladores.
En cada comunidad hay un héroe, en cada hondureño que aporta un granito de arena un ángel para muchas familias que esperan un futuro mejor y que el 2021 vendrá cargado de cambios.
“Nunca pensé que personas que fueron mis alumnos en algún tiempo me ayudaran y me buscaran para darme provisión al saber que yo había perdido todo”, dice una maestra limeña que logró salir a tiempo a buscar refugio.
Cada persona brindó un granito de arena desde los que rescataron personas hasta los que siguen ayudando para retirar cantidades de lodo, basura, escombros y desechos que les dejó la inundación. La comida no ha faltado y desde que se conoció la situación en todos los hogares, en su mayoría en el valle de Sula, se compartió ropa, alimentos, medicina, agua y víveres para apoyar en lo que se podía.
El trabajo en los albergues, médicos atendiendo a los damnificados en brigadas, sacerdotes limpiando sus templos del lodo y la suciedad, equipos trabajando en limpieza, familias cocinando alimentos para repartirlos entre los afectados y una empresa privada que también dijo “acá estamos”, han sido sin duda una muestra de que no todo está perdido.
Son los afectados los que agradecen de corazón el apoyo incondicional de cada uno de los hondureños y extranjeros que siguen dándoles la mano.
“Perdimos todo, nos rescataron unos lancheros y nunca nos faltó comida ni ropa. La gente nos regaló y nos asistió cuando más lo necesitábamos”, dice Julia que reside en Nuevo San Juan en La Lima. La tragedia despertó la solidaridad.