Es un día lluvioso, las calles están mojadas y el tráfico está insoportable.
La gente va de afán. De pronto, un carro cierra a otro en la calle y por poco se estrellan.
Uno de los conductores frena en seco y se baja del carro: grita como enloquecido y le pega a la ventana del otro. Ambos están por irse a los golpes.
Esta situación es un reflejo de lo que un ser humano puede llegar a hacer cuando sufre un ataque de ira. Lo que pocos saben es que estos fenómenos perjudican el cuerpo, en el plano físico y emocional, y lo exponen a un estado extremo del cual le toma tiempo recuperarse.
Estos ataques repentinos no deben confundirse con el mal genio. Los primeros -afirma el psiquiatra Rodrigo Córdoba- son situaciones explosivas que no pasan por la conciencia, avasallan todos los sentimientos y no tienen ninguna forma de freno.
El mal genio es una forma de funcionamiento que tienen las personas que, en ocasiones, es inapropiado, se caracteriza por la irascibilidad y puede hacer parte de su personalidad.
Estas situaciones pueden tener orígenes distintos. Jorge Forero Vargas, presidente del Instituto para el Desarrollo de la Salud Emocional, explica que hay personas que han acostumbrado a su cerebro a responder de forma rápida a diferentes estímulos.
Cuando se ven sometidas a una situación particular en la que las cosas no salen como quieren -dice Forero- tienen ataques de rabia que terminan causándoles mucho daño físico y emocional, y afectar a las personas de su entorno.
Sufre el organismo
Estas reacciones ponen en funcionamiento todos los mecanismos de defensa del cuerpo; en ese estado se producen o elevan hormonas o sustancias que disparan la tensión arterial, aumentan las frecuencias cardiaca y respiratoria, dilatan los vasos sanguíneos del cerebro e incrementan la oxigenación neuronal.
Todo esto puede cerrar un círculo físico-emocional, que acaba aumentando el problema, pues ka persona al sentirse mal físicamente (con palpitaciones, agitación y resequedad en la boca), la rabia se agudiza.
Si el afectado mantiene por un tiempo prolongado esa espiral emocional, el cuerpo puede reaccionar desconectando al individuo de la realidad y hacerle perder el conocimiento.
También se aumenta el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares cuando los episodios son frecuentes; además, la persona, que queda exhausta emocional y físicamente tras el gran gasto de energía, puede tardar días en recuperarse.