27/04/2024
12:50 AM

Barbarie

    Las grandes lenguas de fuego que se divisaban desde distintos puntos de la capital daban idea de la magnitud de la devastación que el incendio del pasado lunes en el parque nacional La Tigra de Tegucigalpa estaba causando. Aquel infierno no solo acabó con muchas hectáreas de bosque y seguramente con muchas especies de la fauna de la zona, sino que, también, puso en riesgo la vida de habitantes de los alrededores del parque y causó serios daños a una de las fuentes de agua que surte a parte de los habitantes del norte de la capital.

    Cuesta entender qué motiva a un individuo a iniciar un fuego, a comenzar un incendio; una acción más que criminal desde cualquier ángulo que se contemple. Hace falta carecer de un mínimo de sensibilidad para caer en cuenta que el daño no solo se provoca al bosque, cosa que ya es muy grave, sino que afecta a todos los habitantes de Tegucigalpa y sus alrededores, que luego sufren calores sofocantes y padecen todo tipo de enfermedades respiratorias a causa de la densa capa de humo que se extiende por barrios y colonias y que tiñe de rojo el sol desde que amanece. Cada año la historia se repite. Las noches de la capital durante la época seca son iluminadas dramáticamente por escenas dantescas, infernales.

    La presidenta Castro ha condenado el hecho y ha instruido para que se busque, encuentre y castigue a los culpables de semejante ecocidio. Hace falta que se apliquen sanciones verdaderamente ejemplificantes a los enemigos de la naturaleza y de los seres humanos que necesitamos de ella para detener esta barbarie. Y para eso es indispensable que haya quien o quienes tengan la valentía de denunciar a los causantes de esta desgracia. Un incendio de semejantes proporciones no surge espontáneamente, seguramente hay mano criminal y es necesario dar con ella.

    Aunque la destrucción se lleve en cabo en cuestión de minutos, la recuperación de una zona como la devastada toma tiempo. Además, el heroico Cuerpo de Bomberos arriesga su vida y dedica muchas horas para controlar totalmente el fuego. El trabajo de este grupo de hombres valientes debe ser reconocido, porque desde enero y hasta que comienzan las lluvias van de un sitio a otro de la capital apagando zacateras en llamas, en una época en la que, encima, la disponibilidad de agua en la ciudad es poca.

    Todos quisiéramos que el triste espectáculo nocturno del lunes no vuelva a repetirse. Las autoridades y toda la ciudadanía deben hacer lo suyo para que así sea.