22/05/2025
07:46 AM

El sentido de la vida

Francisco Gómez Villela

Los tiempos actuales son difíciles de interpretar. El ser humano ha llegado a un momento en su evolución donde el ingenio, la creatividad, la inteligencia, están cambiando drásticamente la forma de vivir. Nunca antes se había disfrutado de tanto. La inteligencia está creando una realidad que tiempos atrás nunca se hubiera considerado.

Un momento en la evolución donde la tecnología se ha instalado en todos los quehaceres de ser humano y está haciendo vidas más fáciles y placenteras. Para los que venimos de la era de los años 70, cuando la televisión era blanco y negro, no había telefonía celular ni internet estamos viendo cosas que en ese momento se veían únicamente en las películas de ciencia ficción, y pensábamos que nunca serían realidad.

Difíciles de interpretar porque el ser humano en su esencia da la impresión de haber retrocedido siglos. Como que el desarrollo humano ha sido inversamente proporcional al desarrollo tecnológico. Situaciones actuales que recuerdan la época de la barbarie, propia de los tiempos de la Grecia clásica o del Imperio romano.

Demasiado odio y rencor. Demasiada violencia física y verbal. Demasiada competencia sin sentido. Demasiada necesidad de ostentación no solo de bienes sino de cualidades falsas. Demasiada confrontación y falta de respeto. Demasiada ambición. Demasiada vanidad. Demasiado ego. Demasiados demasiado.

Ante tanta oferta externa para complacer los sentidos como que nos estamos quedando vacíos por dentro. Hemos ido dejando nuestra esencia en el fondo, sola, aislada. La espiritualidad inherente al ser está limitada a ciertos momentos o días. Fuera de esos instantes nuestros deseos de gratificación inmediata la hacen a un lado. Y las instituciones religiosas que son las llamadas a mantener viva nuestra espiritualidad como que han ido dejando el deber de pastorear almas porque muchos de sus representantes entregaron la suya a lo mundano y dejaron de ser ejemplo.

Por eso, cada día es más frecuente encontrar doctrinas de pensamiento espiritual distintas a lo tradicional, que precian la búsqueda individual del Dios interno como fuente indudable de la verdad y el bien. Así, en estos tiempos actuales, de tanta tecnología y la falta de espiritualidad, estamos en un estado donde es más importante lo de diario que lo eterno.

En el intervalo de una mesa redonda sobre religión y paz entre los pueblos en al año 2009, el teólogo brasileño Leonardo Boff le preguntó al Dalai Lama que a su criterio cuál era la mejor religión. Y este con esa serenidad que lo caracteriza y consciente de la malicia de la pregunta le contestó que “la mejor religión es la que te aproxima más a Dios, la que te hace mejor persona. Aquella que te hace más compasivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético...”

Ese es el sentido de la vida personal. Dentro de la maraña de emociones, sentimientos y necesidades diarias, evolucionar hacia un estado donde nos volvamos la mejor persona que podamos ser. Solo así podremos recomponer una situación actual tan vacía de sentimientos humanos y tan proclive a la violencia. Si deseamos mejorar como humanidad, el cambio debe iniciar en nosotros. No esperemos en los demás lo que nosotros no cumplimos. Y hasta que dejemos de culpar al vecino, al familiar, al Gobierno, a quien sea, de todo lo malo que sucede y no nos hagamos responsables de las decisiones que tomamos y por la porción de planeta que nos corresponde, seguiremos sumidos en esta época de degradación en la que nos revolcamos actualmente.

Son tiempos increíbles y extraños. La ciencia y la tecnología en su mejor momento ofreciendo mejor calidad de vida material y a los albores de una atemorizante inteligencia artificial. Pero somos nosotros, los humanos, los llamados a asegurarnos que nuestro linaje divino se manifieste siempre por encima de cualquier creación y nos recuerde de dónde venimos.