01/04/2025
12:25 AM

Saber vivir

Roger Martínez

Desde hace algunos meses, un compañero de escuela y de colegio decidió armar un grupo con aquellos que voluntariamente estuvieran dispuestos a rememorar tiempos idos, a intercambiar noticias sobre la marcha de cada una de nuestras vidas y organizar una posible reunión para el próximo noviembre, mes en el que cumpliremos 45 años de habernos graduados de bachilleres en el Instituto Departamental La Fraternidad de Juticalpa. Muchos accedimos, otros se negaron a participar y no faltó el que fue agregado y salió del “chat” casi inmediatamente.

Como es natural en estos grupos, hay quien cuenta cosas con más frecuencia y quien se mantiene discretamente en silencio, pero permanece. Lo cierto es que no deja de ser agradable escuchar voces que no oíamos desde que transitábamos por los pasillos del colegio y saber cuáles han sido los derroteros que han seguido mujeres y hombres con los que compartimos esos años que tanto se disfrutan en la vida, como son los de la educación secundaria. Además, es interesante reconocer que, no obstante lo diversos que éramos y continuamos siendo, se ha mantenido una corriente de simpatía, de cariño mutuo, que el tiempo y la distancia no han logrado acabar.

Todos adentrándonos en los sesenta “chateamos” a veces sobre nuestro estado físico, sobre los naturales achaques que van decorando nuestra existencia en la medida en que ganamos experiencia y perdemos vigor, en la medida en que corremos menos y caminamos más. No dejan de salir en las conversaciones nuestros padres y nuestras madres, que desde hace tiempo no están.

Es difícil que, con el transcurrir del tiempo, no apetezca retornar a la casa paterna, despertar un día y encontrarnos en la habitación que compartimos alguna vez con nuestros hermanos y percibir el olor peculiar que tenía el hogar de origen. En mi caso, mi cuarto quedaba próximo a la cocina y podía adivinar cada mañana qué me esperaba en el comedor una vez me levantara. En Olancho se comía entonces carne los tres tiempos, por lo que era frecuente el olor a chorizo o carne asada.

Si se ve hacia adelante, se cae en cuenta que la línea de llegada cada vez está más cerca, por lo que lo mejor es adquirir conciencia de que se deben aprovechar inteligentemente los meses o los años quedan. Lo primero es vivir serenamente, dejar de ir a zancadas y disfrutar la marcha lenta. Luego, no perder la alegría, que los años no nos vuelvan cascarrabias ni quejones. Y, por supuesto, vivir con un profundo sentido de gratitud hacia los que nos rodean, de modo que se sientan queridos y que cuando ya no estemos sepan echarnos de menos.

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