Al ser interrogado por Pilato, Jesús le dijo, entre otras cosas, que había venido al mundo para hablar acerca de la verdad.
Esto originó la famosa pregunta del gobernador romano que la gente se sigue haciendo hoy: ¿qué es la verdad? Como bien concuerdan los entendidos, el significado de la palabra atañe a lo que es (existencia real de algo), no a lo que se siente o se desearía que fuera verdad. ¿Qué pasa, entonces, en el mundo actualmente?
Que los papeles se han invertido: la verdad atañe a lo que se siente o a lo que se desea que sea y ya no a lo que es.
Pero la verdad es algo más que información objetiva y precisa o una conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se tiene. Es, como lo manifestara cierto teólogo, una manera de vivir que elimina las barreras y nos libera para que disfrutemos de la vida abundante que Dios quiere para nosotros.
¿Qué sucede, entonces, en el mundo? Que todo se está desmoronando porque la verdad ha perdido su posición suprema en la vida. Se le ha sacado de la vida y del contexto, en pocas palabras.
¿Por qué? Porque resulta bastante incómodo exponer la debilidad o sacar a luz lo que está mal, o porque es necesaria para alcanzar los objetivos que brotan de esas acciones que están mal.
Pero la verdad es aún algo más, querido lector. La verdad es una persona. La verdad es Jesús. Él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
En ese sentido, Dios se hizo visible en Jesús porque “quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” (1 Timoteo 2:4, NTV). Sin embargo, Dios también le ha dado a todos la libertad de aceptar la verdad o de cambiarla por la mentira. ¿Cuál será nuestra decisión? Yo me quedo con la verdad. Yo me quedo con Jesús.
