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Mi peor enemigo

  • 03 febrero 2023 /

Hay canciones que hablan por sí solas. Este extracto es de una de ellas: “Solía pensar que no te importaba. Yo era solo un peón en el juego que estabas jugando. Poniendo muros por todas partes. Nunca pensé que escucharas una palabra de las que estaba orando” (“Enemy”, Newsboys).

Cuando las cosas no marchan bien, o cuando estas no ocurren en la forma que queremos o que planeamos, es fácil cuestionar a Dios, echarle la culpa. Sin embargo, hay otra forma de ver las cosas. La canción sigue diciendo: “Me interpuse en el camino cuando necesitaba correr hacia ti. Era demasiado orgulloso para decir: ‘Quita la ceguera, guíame a través de la oscuridad, no dejes que me desmorone, sálvame de mi amargura, muéstrame quién soy, hazme quien quieres que sea. Sé que te alejé buscando a alguien a quien culpar. Sí, ahora puedo ver, he sido mi peor enemigo’”.

¿Se acuerda cuando hablábamos en un artículo pasado de actuar “apresurando los juicios”, querido lector? Este es otro buen ejemplo. Vemos rápidamente hacia arriba para hallar al culpable de todos los problemas del mundo, incluidos los propios, cuando en realidad deberíamos ver hacia adentro minuciosamente. “¿Quién era yo para sentarme y juzgar?”, dice la segunda estrofa de la canción. “Siempre apuntando mi dedo torcido. Todo el tiempo fui [el] jefe de [mis propios pecados]”.

Por eso, la mejor forma de concluir este “mal entendido” es con la recomendación bíblica: “Cuando ustedes sean tentados a hacer lo malo, no le echen la culpa a Dios, porque él no puede ser tentado, ni tienta a nadie a hacer lo malo. Al contrario, cuando somos tentados, son nuestros propios deseos los que nos arrastran y dominan... [no] se engañen a ustedes mismos... Fue Dios quien creó todas las estrellas del cielo, y es quien nos da todo lo bueno y todo lo perfecto. Además, quiso que fuéramos sus hijos...” (Santiago 1:13-18 TLA). ¿Queremos serlo también nosotros?