28/04/2024
06:16 PM

Los maridos son mucho más peligrosos que los terroristas

Si queremos que los estadounidenses estén más seguros, se debería de exigir revisión de antecedentes para adquirir armas en cualquier situación.

En una reunión reciente con importantes analistas económicos y políticos de toda Latinoamérica, me sorprendió la audaz predicción del economista brasileño Paulo Rabello de Castro de que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, no ganará las elecciones de octubre. Cuando lo escuché decir eso, sonreí y le dije que si Rousseff pierde la reelección se va a convertir en el pronosticador político más famoso de Brasil.

Con el reality show que está montando el presidente Donald Trump, es fácil distraerse con los TUITS FURIOSOS EN PURAS MAYÚSCULAS, llamados también berrinches en la Oficina Oval. Pero resistamos la tentación y no perdamos de vista los asuntos de vida y muerte.

Consideremos dos temas de capital importancia: los refugiados y las armas. Trump se ha puesto como loco con los primeros, aplicándoles leyes muy estrictas, pero quiere relajar las reglas referentes a las segundas. Así que echemos un vistazo a los riesgos relativos.

En cuarenta años, de 1975 a 2015, los terroristas nacidos en los siete países afectados por la exclusión decretada por Trump no han matado ni a una sola persona en Estados Unidos, según datos del Instituto Cato. Así es: cero.

En ese mismo periodo, las armas cobraron la vida de 1.34 millones de personas en Estados Unidos, contando asesinatos, suicidios y accidentes. Esa es casi la población total de las ciudades de Boston y de Seattle.

Es también más o menos la cantidad de estadounidenses que han muerto en todas las guerras libradas por Estados Unidos desde su independencia, dependiendo de los cálculos usados respecto de los muertos en la guerra civil.

Es verdad que los estadounidenses musulmanes –tanto los nacidos en los Estados Unidos como los inmigrantes de países no sujetos a las restricciones de Trump– han llevado a cabo actos mortíferos de terrorismo en Estados Unidos. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha habido 123 asesinatos de ese tipo. Y 230,000 asesinatos en otras categorías.

El año pasado, era menos probable que una persona fuera asesinada por terroristas musulmanes que por ser musulmana, según Charles Kurzman de la Universidad de Carolina del Norte. Ser víctima de un terrorista musulmán tiene una probabilidad de 1 en 17 millones; ser asesinado tan solo por ser musulmán, 1 en 1 millón.

En resumidas cuentas, haciendo cálculos por año, en Estados Unidos las escaleras de mano matan más que los terroristas musulmanes. Lo mismo puede decirse de las tinas de baño. Y las podadoras de pasto. Y los rayos.

Pero, más que nada, hay que tener miedo de los cónyuges: en Estados Unidos, los maridos son incomparablemente más mortíferos que los terroristas yihadistas.

Y los esposos son tan mortíferos en parte porque en Estados Unidos tienen muy fácil acceso a las armas de fuego, aun cuando tengan antecedentes de delitos violentos. En otros países, los hombres salvajes mandan a su esposa al hospital; en Estados Unidos la envían al cementerio.

Y sin embargo, Trump está despotricando por el riesgo que según él representan los refugiados, pero que en realidad es bastante manejable, mientras habla de relajar las reglas que controlan otra amenaza, la de las armas, que es infinitamente más mortal.

“Yo me desharía de las zonas de proscripción de armas en las escuelas”, declaró Trump el año pasado. “En mi primer día lo firmo, óiganlo bien, en mi primer día.” Aunque Trump en realidad no ha firmado ninguna orden para permitir armas en todas las escuelas, su secretaria de Educación, Betsy DeVos respaldó esa idea durante su audiencia de confirmación el mes pasado, en la que dijo que en las escuelas podría ser necesario tener armas debido a la posibilidad de ataques de osos.

Además está el caso de Sebastian Gorka, asistente de Trump en la Casa Blanca que escribió un libro en el que propone que los ciudadanos sigan su propia estrategia de anti-terrorismo: “Consideren la posibilidad de solicitar un permiso de portación de armas ocultas.”

Hay razones para pensar que este consejo no es particularmente bueno: Gorka fue arrestado el año pasado en el aeropuerto Ronald Reagan de Washington, cuando trataba de pasar un arma a través de los detectores. Pero ese arresto no le impidió conseguir un empleo en la Casa Blanca de Trump.

Este mes, la Cámara de Representantes votó en favor de ponerle fin a una restricción de comprar armas en caso de personas con graves trastornos psiquiátricos. Del mismo modo, hay una fuerte presión en el Congreso –encabezada por Donald Trump Jr., el hijo del presidente– para acabar con los controles para adquirir silenciadores, que han estado en efecto desde hace mucho tiempo. El joven Trump y demás proponentes aseguran que los silenciadores reducen el peligro de pérdida auditiva causado por los disparos de armas de fuego.

“Todo esto es cuestión de proteger el oído”, explica Donald Trump Jr. en un video que hizo para SilencerCo, una empresa de Utah que fabrica silenciadores. “Francamente, es cuestión de salud.” También expresó su admiración por la tecnología de los silenciadores y su frustración por “no poder usarla en la República Popular de Nueva York”.

La verdad es que no contamos con mucha evidencia sobre el impacto de los silenciadores en la salud auditiva (en parte porque el grupo de interés de las armas trata de bloquear –y lo ha logrado en muchos casos– toda investigación científica sobre la seguridad de las armas). Sin embargo, la venta de silenciadores ha estado restringida en todo el país desde los años treinta, por el miedo a que estos dispositivos ayuden a los criminales a evitar la atención después de un tiroteo. Y la lucha de la Asociación Nacional del Rifle en favor de los silenciadores parece estar inscrita en su campaña general para echar por tierra toda la regulación de las armas.

Lo que sí señala la evidencia, si queremos que los estadounidenses estén más seguros, es que se debería de exigir revisión de antecedentes para adquirir armas en cualquier situación (22 por ciento de las armas se adquieren sin revisión de antecedentes). Debemos de esforzarnos más por quitar las armas de manos de personas sujetas a órdenes de restricción a causa de la violencia doméstica, así como personas con antecedentes recientes de delitos o de consumo de alcohol o drogas.

También debería ser obligatorio que las armas contaran con bloqueador del gatillo, y que tuvieran un lugar seguro para guardarse, en especial en casas donde haya niños pequeños. Y se debe reprimir con mayor empeño el tráfico de armas y las compras hechas por intermediarios.

Así pues, no nos dejemos distraer por abalorios y tuits rabiosos. Con su prohibición de viajar, Trump está tratando de imponer una política que no solo es ineficaz, sino que también es moralmente repugnante, en especial cuando él insiste en proponer una política más relajada en materia de armas, lo que sí tiene posibilidades de causar más tiroteos en las escuelas, más familias destrozadas y más vidas perdidas.

Esas tumbas van a durar mucho tiempo después de que nos hayamos olvidado de los tuits de Trump.

Y en otras noticias, me da mucho gusto anunciar que la ganadora de mi concurso 2017 es Aneri Pattani, que está en su último año en la Universidad Northwestern y es una de más destacadas estudiantes de periodismo. Probablemente vayamos a África occidental en junio, a reportar juntos sobre los problemas de la pobreza, concentrándonos en Liberia. También haremos un viaje aparte por Estados Unidos para examinar la pobreza en nuestro propio país. Felicidades a Aneri y mi agradecimiento muy especial al Centro de Desarrollo Global, por ayudarme a revisar cientos de solicitudes.