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Importancia de la formación humana

  • 18 octubre 2022 /

Cada vez que un carro me quita el derecho de vía, un conductor suena el claxon como loco, o irrespeta las señales de tránsito, pienso en su falta de formación humana. Cada vez que veo a alguien colarse en una fila, hablar a gritos cuando no es indispensable, o tirar basura en la calle o en cualquier sitio público, pienso en lo mismo. Y es que, si bien es cierto, la formación académica es necesaria y contribuye con la mejoría integral de la persona, más importante es aún, la formación humana, la transmisión de valores, la creación de un ambiente que promueva el ejercicio de los hábitos éticos, de las clásicas virtudes humanas.

Y esto lo he dicho muchas otras veces: hace ya más de 2,500 años, los griegos descubrieron, y sus filósofos, sobre todo Aristóteles, explicaron que, así como en el gimnasio se modelaban los cuerpos a través del ejercicio físico, por medio de la práctica de hábitos éticos el ser humano se entrenaba para poder vivir en sociedad. Por eso es que el fin de la ética no es más que la búsqueda de un comportamiento que haga posible que hombres y mujeres con diferentes maneras de pensar, con distintas maneras de ser y de actuar, reconozcan en aquellos con los que interactúan seres a los que hay que respetar, individuos en los que hay que reconocer una dignidad innata que los hace merecedores de consideración.

Y, también ya lo he dicho: claro está que la formación ética, la que realmente nos humaniza, comienza en casa. Somos los padres y madres de familia los que estamos naturalmente encargados de dotar a la prole de unas herramientas conductuales que la vuelva convivible, que le permita llegar a ser persona a la que no le resulte extraño conceptos como: justicia, prudencia, sobriedad, pudor, sencillez, humildad, etc., etc., etc. No es el Estado, ni la academia en sus distintos niveles, la que está llamada a “civilizar” a los ciudadanos; es en el hogar en el que se enseña a los hijos a comportarse como personas.

Por supuesto que los estudios contribuyen al proceso de humanización, sobre todo aquellos que tienen que ver con la evolución del pensamiento o del devenir histórico de los pueblos. Pero, y abundan los ejemplos, no es un diploma el que nos vuelve delicados en el trato, conscientes de los derechos de los demás, tolerantes con los que ven el mundo desde otra perspectiva. De aquí que hay que insistir en la promoción de climas familiares sanos, y, de ser necesario, facilitar que la escuela desarrolle una labor sustitutiva que, en estricta justicia, no le corresponde, pero que, en circunstancias como las actuales, resulta urgente.