Según la RAE, la palabra desaguisado hace alusión a un hecho contra la ley o la razón, que es inconveniente, injusto, insolente, una acción descomedida, un desafuero. Es una palabra de poco uso en nuestro país. Fonéticamente se oye desagradable, y en muchas ocasiones no se escribe adecuadamente. Algunos, inclusivamente, podrían relacionarlo con el acto de cocinar.
Entre sus sinónimos se encuentran: entuerto, desacierto, disparate, barbaridad, inoportuno, inconveniente, perjudicial, irreflexivo. Es una palabra llana de cinco sílabas. Puede ser usada como sustantivo o adjetivo.
En nuestro país la identificamos como “metida de pata”, por no utilizar en este escrito otras palabras más gráficas. Y es que muchas veces los humanos realizamos acciones o vertimos palabras de una manera espontánea y no analizamos futuras consecuencias. Lo hacemos inconscientemente sin ánimo de crear un conflicto, ofender, o causar un daño. Somos impulsivos a la buena, y eso pudiera tener que ver con espontaneidad. Forma parte de la convivencia diaria y algunas veces deja una sensación de bochorno o vergüenza. Nada tan grave que no se solucione con una explicación o disculpa.
Pero a otros niveles no está permitido tener este tipo de ligerezas. En instituciones públicas y privadas, en todo nivel gerencial, en toda representatividad de un colectivo, inclusive a nivel personal cuando se constituye en imagen y voz de muchos, esto no puede suceder. Por eso se escogen con lupa los puestos de dirección. Estas personas deben ser comedidas, prudentes, educadas, impasibles, provistas de buen juicio y capaces de dejar de lado aspectos personales o ideologías a la hora de tomar decisiones. Su función es tomar las mejores conductas para lo que representan. Lastimosamente eso en nuestros países se ve únicamente en la empresa privada donde a los puestos gerenciales se llega por meritocracia. Allí los desaguisados se pagan caro.
A nivel de la administración pública en esta Iberoamérica la cosa es lo opuesto. Estas “democracias” representan los intereses de grupos o partidos políticos. Son elegidos por el pueblo, pero lastimosamente en el proceso de llegar al poder van perdiendo la vergüenza y no sienten la necesidad de rendir cuentas o dar explicaciones. Una vez en el puesto se creen incuestionables y libres de juicio. Viven en un reino a lo alto rodeados de incondicionales viendo con desdén hacia abajo, a sus gobernados. Es la triste historia de estos países.