27/04/2024
12:50 AM

“Aquellos diciembres”

Renán Martínez

A San Francisco de Asís se atribuye ser el autor del primer nacimiento de la historia allá por 1223 en Greccio, Italia. Lo que inicialmente era una representación en vivo del Niño Dios, la Virgen, San José, los tres Reyes Magos, la mula y el buey dentro de una gruta, se fue difundiendo en Europa con otros elementos alusivos al lugar en donde se hacía cada belén. Posteriormente los colonizadores españoles trajeron esta tradición al Nuevo Mundo para evangelizar a las poblaciones indígenas. Desde entonces los nacimientos siguen reinando en muchos hogares hondureños en esta temporada aunque cada vez en menor número y más sofisticados. Los que más recuerdo y añoro son los que hacían manos prodigiosas en Villanueva, Cortés, mi comunidad natal, en mis años de infancia. Sorteando las charcas que las lluvias de diciembre dejaban en las calles, recorríamos el poblado durante la Nochebuena para visitar las casas abiertas en donde había un nacimiento. Uno de los más llamativos era el que, con mucha anticipación, armaba doña Leonor Mejía utilizando figuras de barro, madera y cartón, entre otros materiales. En lo alto estaban las montañas moldeadas con papel de estraza espolvoreado con aserrín teñido de verde y pegado con engrudo, en donde destacaba una cueva con Jesús recién nacido en su interior y las otras figuras bíblicas que lo acompañaban. Abajo se observaban las campiñas y poblados, entre estos el de Villanueva con su plaza principal, su cabildo de dos plantas y su antigua iglesia. Entre tantas curiosidades del pueblo representadas estaba la de un hombre empuñando un machete manchado de rojo a quien detenían dos soldados por haber matado a otro hombre que yacía en el suelo. Era una forma de persuadir a las personas que en estas fechas no meditan en el significado de la celebración, sino que se inclinan por hacer el mal, pero terminan pagándolo caro.

Un nacimiento que se complementaba con una divertida ocurrencia, era el de doña Catalina Pineda. Resulta que mientras la gente contemplaba embelesada el pesebre, caía de la nada como piñata, el fantoche de un mono sobre algún visitante primerizo que reaccionaba gritando mientras se carcajeaban quienes ya conocían la broma de los anfitriones.

“Aquellos diciembres”, como los recuerda una canción, eran tiempos de santa inocencia. Nos íbamos a acostar antes de que comenzaran las parrandas de los adultos, a esperar a que un San Nicolás, fuera del verdadero contexto de la natividad, colocara en nuestra cama, sigilosamente, un juguete de cuerda”. ¡Qué poco costaba nuestra felicidad!