The New York Times
Por: Kurt Streeter/The New York Times
EAU CLAIRE, Wisconsin — El viento de enero azotó a Luismar Liendo y Edwin Pérez en cuanto bajaron del avión en Eau Claire. Nunca habían estado en un lugar tan frío como en el que habían aterrizado. Al matrimonio, formado por disidentes políticos, había sido otorgado el estatus de refugiado por Estados Unidos y se imaginaba esta nueva tierra como un refugio acogedor.
Pero poco después de la llegada de Pérez, de 27 años, y Liendo, de 31, la puerta por la que habían entrado a Estados Unidos se cerró de golpe. En el primer día de su segundo mandato, el Presidente Donald J. Trump suspendió el Programa de Admisión de Refugiados, que admite a quienes enfrentan persecución en el extranjero. Luego Trump cesó los fondos federales para organizaciones sin fines de lucro que ayudan a los refugiados —dinero que se destinaba a renta, comida y otros esenciales.
World Relief, el grupo cristiano evangélico que ayuda a Pérez y Liendo, esperaba que cada refugiado recibiera un apoyo gubernamental de mil 325 dólares durante los primeros 90 días. Ahora, no había nada.
“Tuvimos miedo”, dijo Pérez. “Fue un momento difícil, sin duda”.
Tras llegar a la Casa Blanca en parte gracias a la promesa de deportaciones masivas, Trump ha suspendido las visas de estudiante, implementado una prohibición de viaje para ciudadanos de algunos países, revertido las protecciones temporales contra la deportación para cientos de miles de personas y rechazado solicitudes de asilo sin conceder audiencias judiciales. Comunidades en todo el País han visto cómo agentes federales se llevan a familiares, amigos y vecinos.
Una nueva vida
La Administración se ha centrado en los migrantes venezolanos, alegando, con pocas pruebas, que muchos son miembros del Tren de Aragua, una pandilla transnacional. Aun así, Liendo y Pérez ya vivían en Eau Claire. ¿Cómo se las arreglarían?
En Venezuela, expresar una opinión política puede convertir a alguien en un “enemigo de la Patria”. Liendo, activista de derechos humanos, dijo que su determinación se vio impulsada por un breve encarcelamiento por manifestar en el 2015. Pérez afirmó que su familia había enfrentado amenazas de inanición, una táctica usada por el Gobierno para silenciar la disidencia.
Desesperados por irse, la pareja sorteó un prolongado proceso de aprobación por parte del Programa de Admisión de Refugiados, creado en EU con apoyo bipartidista en 1980. El número de refugiados admitidos cada año ha variado, con más de 200 mil admitidos en 1980. Durante su primer mandato, Trump redujo significativamente las cifras, a un mínimo de aproximadamente 11 mil en el año fiscal 2020. En el 2024, el último año de la Presidencia de Joseph R. Biden Jr., se admitieron alrededor de 100 mil. Este año, la cifra será cercana a cero.
En Eau Claire, World Relief se hizo cargo de 29 recién llegados. Cuando la ayuda federal flaqueó, recurrió a una red de voluntarios para recibir a los refugiados en el aeropuerto, ayudarlos a conseguir alojamiento, llevar a las familias por la Ciudad y ayudar a los niños a ingresar a las escuelas.
Cuando llegaron Pérez y Liendo, un voluntario, Josh Huhmann, estaba allí. Dijo que recuerda sus rostros con un aspecto joven y cansado. Una app tradujo la conversación. Tras un corto trayecto en auto, llegaron a un hotel de estancias prolongadas, donde otros habían dejado abarrotes.
Pérez y Liendo no tardaron en instalarse. Pronto se mudaron a su propio departamento pequeño y formaron parte de una sociedad informal de ayuda mutua que se había desarrollado entre un grupo de refugiados venezolanos.
La comunidad de Pérez y Liendo halló su centro de gravedad gracias a uno de los primeros venezolanos que llegaron a Eau Claire. En julio del 2024, el refugiado, un joven de 25 años que pidió no revelar su nombre para proteger a su familia en su País, encontró trabajo rápidamente y compró un auto. Su éxito resonó en la comunidad.
No se conocían de antes, pero formaron una “familia reconfortante”, como la describió Melissa Johnson, trabajadora social de World Relief. Compartían fiestas de cumpleaños y carnes asadas. El auto del joven se convirtió en “el auto de todos”, dijo ella, transportando a los refugiados a clases de inglés, entrevistas de trabajo y citas.
Pérez, técnico de sistemas en Venezuela, trabaja en una tienda departamental. Liendo, con formación como fisioterapeuta, trabaja en la cocina de la Universidad de Wisconsin. Aunque están aquí legalmente, temen ser confundidos con trabajadores indocumentados.
Pérez y Liendo imaginan tener su propia casa y un hijo. A medida que mejore su inglés, conseguirán mejores trabajos y Liendo tendrá un negocio de fisioterapia.
“Maravilloso”, dijo Liendo, pensando en una vida así. “Será maravilloso”.
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