The New York Times
Por: David Nasaw/The New York Times
La alianza entre el Presidente y el hombre más rico del mundo está llegando a su fin. Hay un claro perdedor en la ruptura de esta mancuerna, y es Elon Musk.
Cayó de la gracia con la misma facilidad con la que ascendió. Como Ícaro, se arriesgó demasiado, nunca comprendió los riesgos y voló demasiado cerca del sol.
Envuelto en el halo de su estrellato en línea, estuvo cegado a la realidad de sus circunstancias hasta que fue demasiado tarde.
Musk ha firmado varios contratos federales lucrativos y podría conseguir más, pero deja Washington con su reputación de genio multifacético —una reputación en la que confió para impulsar los precios de las acciones de su empresa y ganar inversionistas para sus aventuras— gravemente dañada. Alguna vez comparado con Tony Stark, el superhéroe de Marvel, su impopularidad va en aumento. Muchos propietarios de sus autos eléctricos Tesla los están cambiando o pegando disculpas en sus polveras. Las ventas se han desplomado.
Musk dista mucho de ser el primer empresario adinerado en mudarse a Washington. Con el colapso de la economía, el New Deal y el estallido de una guerra mundial, la Casa Blanca comenzó a desempeñar un papel más importante en la economía, y los empresarios le prestaron más atención. Decenas de ellos se trasladaron a la capital; otros se unieron al gabinete. Pero actuaron acorde a las normas de Washington, asumiendo responsabilidades bien definidas y limitadas y, en su mayoría, manteniéndose alejados de la mirada pública.
Musk rompió con esa tradición. Estuvo en la Casa Blanca con su hijo de 4 años sobre sus hombros y en el escenario de un mitin de la Conferencia de Acción Política Conservadora promoviendo su cruzada de recortes de gastos blandiendo una motosierra. Él y sus subordinados del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) sembraron el caos en Washington, bloqueando el acceso de su personal a sistemas computacionales, obteniendo acceso a datos personales de ciudadanos e identificando a empleados del Gobierno que consideraban prescindibles.
Al principio, el Presidente Trump pareció respaldar cada medida de recorte de gastos, declarando en las redes sociales que él y su gabinete estaban “EXTREMADAMENTE CONTENTOS CON ELON”. Pero entonces, Musk violó la regla de oro del Mundo Trump al atreverse a criticar las políticas y los nombramientos del Presidente.
En su plataforma X se burló de una proclamación de la Casa Blanca de que Sam Altman, el máximo ejecutivo de inteligencia artificial y su archirrival, y otros, invertirían 100 mil millones de dólares en centros de datos y generarían la electricidad necesaria para alimentar los programas de IA. Musk proclamó que el fondo federal de pensiones era “el mayor esquema piramidal en la historia”, haciendo caso omiso de que el Presidente había prometido no recortar ese gasto. Incluso cuestionó los amplios aranceles de Trump.
Su intimidación y falta de remordimiento al recortar drásticamente el gasto federal y despedir a decenas de miles de empleados públicos erosionaron su popularidad.
El reinado de Musk llegó a su fin el 1 de abril, cuando los 20 millones de dólares que donó para elegir a un republicano respaldado por Trump para un escaño vacante en la Suprema Corte estatal de Wisconsin resultaron contraproducentes, impulsando a más demócratas que republicanos a las urnas. Ya no era posible ignorar la realidad de que el hombre más rico del mundo se había convertido en un lastre político. Al día siguiente de la debacle de Wisconsin, Politico reportó que el Presidente había “informado a su círculo íntimo” que Musk se “apartaría en las próximas semanas”. A mediados de abril, Trump dejó claro su desagrado con Musk al reemplazar a su candidato para el cargo de comisionado interino del Servicio de Impuestos Internos (IRS) por el candidato favorito de Scott Bessent, el Secretario del Tesoro.
El 22 de abril, Musk anunció que reduciría su labor en el Gobierno para dedicar más tiempo a Tesla, que para entonces pasaba por dificultades tan graves que surgieron reportes de que la junta directiva estaba considerando reemplazarlo como director ejecutivo. (La compañía lo negó). Las ventas cayeron 20 por ciento en el primer trimestre del 2025 en comparación con el año anterior y las ganancias se redujeron 70 por ciento. El llamativo y poco práctico Cybertruck que había promovido resultó ser un fracaso. Mientras tanto, Tesla está perdiendo participación de mercado frente al fabricante chino BYD y otros fabricantes consolidados.
Esto no quiere decir que los demás intereses comerciales de Musk, en particular su empresa de lanzamiento de cohetes, SpaceX, y su unidad de satélites, Starlink, estén sufriendo.
La lección aquí es que no hay espacio en el sistema de Gobierno estadounidense para un copresidente no electo. Aunque las elecciones a menudo arrojan resultados que no esperamos ni deseamos, Estados Unidos ha demostrado durante mucho tiempo que está mejor con un Gobierno compuesto por funcionarios electos y nombramientos de alto nivel que han pasado por el proceso de confirmación constitucional. Musk pensó que podría ser una excepción. Y esa fue su perdición.
David Nasaw es profesor emérito del Centro de Posgrado de CUNY en Nueva York y autor de “The Wounded Generation: Coming Home After World War II”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
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